viernes, 24 de septiembre de 2010

The Face (cuarenta) (Tercera Inclinación)



Hoy (por ayer) recibí la llamada de mi madre indignada. Estaba leyendo La vida alrededor, y echaba en falta varias cosas importantes.

La primera, indicaba que no nací con comadrona. O bueno, sí. La comadreja estaba, pero se estaba comiendo todas las viandas. Y mi madre la llamaba gritando, se acercaba y decía: “¡Todavía no!”. Y así hasta que nací. Esa señora, de la que he hablado mucho, dejó vacía las bandejas, y su grandeza física ocupaba un sofá de dos plazas en su integridad.

La segunda, mis paseos por la calle Marqués de Comillas de Puerto Real camino del Colegio Santo Ángel. Con un babi que me llegaba hasta los tobillos. Y una cartera de mano, de cuero, que literalmente, y dicho por mi madre: “Era más grande que yo”.

Y la tercera, que promoví un régimen de adelgazamiento en mi propia madre. Cuando era pequeño me regaló un muñeco de Pluto, de goma. Se le quitaban las patas y la cabeza. Y me entretenía arrojando las extremidades por la ventana. Mi madre tenía que bajar las escaleras del caserón de Marqués de Comillas una vez, y otra vez. Su figura era sublime, no engordaba. Dice que al día podía hacer el recorrido unas cien veces.

Hoy (por ayer) vi a la mujer más bella del mundo. Un físico magnífico y un rostro espectacular. Fue en un supermercado de Sanlúcar La Mayor. Si hay que calificarla de uno a diez, le pondría dos mil, ¡qué digo!, infinito. Ocurre que al llegar a la caja para pagar, la tenía delante, y cuando abrió esa boquita toda expectación acabó en suicidio. Lo dicho, no sólo hay poner almohadas para tapar las cabezas, sino para evitar que hablen.

Hoy (por ayer) limité mi tiempo en las escusas y las contemplaciones. Atendí lo que tenía que atender y lo demás, lo dejo para hoy (por mañana).