lunes, 20 de septiembre de 2010

The Face (treinta y seis) (Tercera Inclinación)



Cuando alguien fallece suelen decirse mentiras sobre él. Inventamos citas que nunca salieron de su boca, realizamos afirmaciones erróneas que nacen en nuestro subconsciente. La muerte de una persona provoca una reacción química falsa y conveniente. Ha muerto Labordeta. Y ha muerto mucha gente también. Son los principios de ironía, las obsesiones del alma.

Leo el último libro de Luis Alberto y disfruto. Lo hago porque entendí en un momento concreto el tono de su obra. La vida del poeta. Dicen algunos que el poema de Rita es genial, y poco más. Otros alaban el hecho que E G-M haya sido “objetivo” en La Gaceta, (¿se ha improvisado un guión definitivo?). Pero la realidad es que para Luis Alberto las mujeres y la comida, transportadas a un plano lírico y a una vida, ocupan más espacio en su poesía. Es la alegría que se lleva el miedo. Cuando Luis Alberto escribe un poema regala sonrisas; para él, el mundo es diferente. Y hay que conocer su obra y agradecerla.

Taravillo se mojó ayer, y lo hizo bien. Nunca aprecié la obra de Felipe Alcaraz, y ahora después de leer lo de ayer, aún menos. Mucho menos.

Para conjura la suya, algo irreal, incierto y lamentable. ¡Qué pena coño! ¿Realidad? Ninguna. Por favor Alcaraz, lea más, un poco más. Y no se centre sólo en Granada, que allí hace mucho frío.