Una huelga es un ejercicio de libertad, de independencia. Hay que respetar las opiniones de cada ciudadano, sus ideales, y sus actuaciones. Ocurre que los dirigentes sindicales de CCOO y UGT de este país deben ser juzgados como terroristas. Son asesinos de la ideología. ¡Quieren dejar a los españoles que hagan lo que les salga de las pelotas! Macarras de lo absurdo, incultos y lamentables seres que viven de las miserias del gobierno de turno.
Una huelga es un ejercicio de libertad –repito. Y como tal debe abandonar los piquetes, los insultos, las amenazas y las coacciones.
Uno
Antonio es un empleado de la hostelería. Hombre sensato. Padre de familia. Ha decidido no hacer huelga. Su único medio de transporte es el metro. Pero el día de la huelga, con servicios mínimos, llega a su puesto de trabajo cuatro horas más tarde. Su jefe, lo entiende, pero le indica que debería haber previsto una situación así. ¿A quién culpa Antonio?
Dos
Paco y María son sindicalistas de UGT. Desde jóvenes han apoyado al sindicato, y han dejado muchas horas de su vida al servicio de sus compañeros. Hombres sensatos. El día de la huelga general, y tras haber trabajado horas y horas en su preparación y difusión, acuden a la cabeza de la manifestación para saludar a sus dirigentes y acompañarlos en la lucha. Son empujados, y arrojados a la fila número diez. No pueden salir en la foto. No son nadie. En la foto sólo salen los líderes, que también tienen guardaespaldas.
Tres
Horacio es el gerente de un restaurante en el centro de Madrid. A su establecimiento acude la cúpula de CCOO para celebrar subvenciones y victorias en las negociaciones. Afiliado desde hace quince años a CCOO apoya la huelga y así se lo comunicó a sus empleados. No está de acuerdo con la reforma laboral y quiere dejarse sentir. Hombre sensato. Ha recibido la llamada del sindicato indicándole que el día de la huelga, la cúpula desea ir a comer a su negocio. Él les informa de su intención de hacer huelga y recibe el siguiente comentario: “Si no nos das de comer no acudiremos nunca más a tu tinglado”.
Una huelga es un ejercicio de libertad –repito. Y como tal debe abandonar los piquetes, los insultos, las amenazas y las coacciones.
Uno
Antonio es un empleado de la hostelería. Hombre sensato. Padre de familia. Ha decidido no hacer huelga. Su único medio de transporte es el metro. Pero el día de la huelga, con servicios mínimos, llega a su puesto de trabajo cuatro horas más tarde. Su jefe, lo entiende, pero le indica que debería haber previsto una situación así. ¿A quién culpa Antonio?
Dos
Paco y María son sindicalistas de UGT. Desde jóvenes han apoyado al sindicato, y han dejado muchas horas de su vida al servicio de sus compañeros. Hombres sensatos. El día de la huelga general, y tras haber trabajado horas y horas en su preparación y difusión, acuden a la cabeza de la manifestación para saludar a sus dirigentes y acompañarlos en la lucha. Son empujados, y arrojados a la fila número diez. No pueden salir en la foto. No son nadie. En la foto sólo salen los líderes, que también tienen guardaespaldas.
Tres
Horacio es el gerente de un restaurante en el centro de Madrid. A su establecimiento acude la cúpula de CCOO para celebrar subvenciones y victorias en las negociaciones. Afiliado desde hace quince años a CCOO apoya la huelga y así se lo comunicó a sus empleados. No está de acuerdo con la reforma laboral y quiere dejarse sentir. Hombre sensato. Ha recibido la llamada del sindicato indicándole que el día de la huelga, la cúpula desea ir a comer a su negocio. Él les informa de su intención de hacer huelga y recibe el siguiente comentario: “Si no nos das de comer no acudiremos nunca más a tu tinglado”.