¡Qué desagradecidos son los poetas! ¡Qué capullos! ¡Imbéciles! No se salva ni dios, a estas alturas vamos a tener que desarmar el cortijo y con la de cañones recortados ponernos a pegar tiros. ¡Pedazos de desalmados! Reseñas, acuses de recibo, insinuaciones. Vamos, que uno no tiene tiempo ni de leer a Parra por las noches.
¿Y qué me dicen de los líricos amantes de las patatas fritas? ¡Ordinarios! ¡Vulgares! Una presita en la integridad y un suspiro en la profundidad. ¡Mamones! El que es padre porque le ve las orejas al lobo, el que es facha porque se morirá de izquierdas, y ustedes, sí ustedes, los que están siempre mariconeando por las esquinas, alabando mutuamente sus creaciones al yo-me-mí-conmigo. Ustedes los soberbios de espíritu. Los aconsejadores de la virtud manida. Ustedes, me la traéis floja, flojísima.
Las papas fritas engordan
porque tienen hidratos,
las papas hay que comerlas
guisás, guisás, guisás.
Pero por favor, no se mueran todavía, que no han llegado a la edad de puticientos años, cuando a los hombres les falla la cabeza, la cabeza del fémur, claro está.
Y, ¿qué me dicen de los blogueros? ¡Menudos hijos de puta! Con esa carita de no romper un plato en el perfil acústico, contador manipulado, fotitos de libros o animales, o paisajes o copyright, ¡cabroncetes!
La modestia, “modestina” que llamaba mi abuela, existe como los ángeles de Charlie. Y a dos manos. Suspiros de España en La Caleta. ¡Déjenme dormir un ratito! Que las reseñas las haga Luis Alberto o García Martín, que son unos máquinas. Y pásense a la edición digital, la mayor horteridad del siglo XXI. Vamos, pásense, y olviden los stocks de almacén, las devoluciones de los distribuidores. Y de paso, por favor, pidan a los reyes un ebook. Limpio, puro y da esplendor. En la yerba, claro.
¿Y qué me dicen de los líricos amantes de las patatas fritas? ¡Ordinarios! ¡Vulgares! Una presita en la integridad y un suspiro en la profundidad. ¡Mamones! El que es padre porque le ve las orejas al lobo, el que es facha porque se morirá de izquierdas, y ustedes, sí ustedes, los que están siempre mariconeando por las esquinas, alabando mutuamente sus creaciones al yo-me-mí-conmigo. Ustedes los soberbios de espíritu. Los aconsejadores de la virtud manida. Ustedes, me la traéis floja, flojísima.
Las papas fritas engordan
porque tienen hidratos,
las papas hay que comerlas
guisás, guisás, guisás.
Pero por favor, no se mueran todavía, que no han llegado a la edad de puticientos años, cuando a los hombres les falla la cabeza, la cabeza del fémur, claro está.
Y, ¿qué me dicen de los blogueros? ¡Menudos hijos de puta! Con esa carita de no romper un plato en el perfil acústico, contador manipulado, fotitos de libros o animales, o paisajes o copyright, ¡cabroncetes!
La modestia, “modestina” que llamaba mi abuela, existe como los ángeles de Charlie. Y a dos manos. Suspiros de España en La Caleta. ¡Déjenme dormir un ratito! Que las reseñas las haga Luis Alberto o García Martín, que son unos máquinas. Y pásense a la edición digital, la mayor horteridad del siglo XXI. Vamos, pásense, y olviden los stocks de almacén, las devoluciones de los distribuidores. Y de paso, por favor, pidan a los reyes un ebook. Limpio, puro y da esplendor. En la yerba, claro.