Me resulta tremendamente difícil atender la llamada de la segunda inclinación cuando en realidad las tres están unidas por un mismo padre. Intentar fundir la primera con la segunda para concluir con la tercera es tan evidente, como que los calabacines del huerto crecen hasta en invierno. Será la tierra. Será la edad.
Con esa edad, uno se atreve a despachar porciones de intelectualidad. Fragmentos de ocio y negocio a la aventura. Decía el otro día un escritor reconocido que el autor que a los sesenta años no haya hecho nada, lo tiene difícil, por no decir imposible. En ese caso lo mejor es solicitar una plaza en una residencia de ancianos volubles. Y tenía razón.
Convierto en esperanza los recuerdos, pero no los difundo. Los manifiesto. Hay una gran diferencia de criterio. Esa maldita bombilla se fundió cuando leía a Joyce. ¿Será por algo? Y al tomar la escalera para cambiar la lámpara, resbalé. Mi caída fue cierta. Pero terrible para mi maltrecha cadera. Desde entonces un bastón acompaña mis miserias. Un apoyo de sentido común.
Siento tantas cosas como mujeres pasan por la acera. Las hay de todo tipo y de diferentes colores. Las amarillas me encantan. Puedo seguir diciendo, pero me quedan las sobras. Este silencio no deja de callar. Las fotos en cambio dicen mucho de ti. Tu luz.
¿Cómo se puede definir la histeria en la poesía con preposiciones deshonestas? Un famoso editor publicó el libro de un poeta por concierto (acordado) pero no distribuyó ni un solo ejemplar. Para su gusto y satisfacción. Para su orgullo, halo o aureola.
Y ya estamos de nuevo con el puñetero prurito. Tenía todo y no queda nada. Nada. Lo siento. Se funden las inclinaciones intentando dar salida a tu regalo. Pero no me des nada por favor. No hace falta. Me conformo con poco. Y me peino diariamente.