jueves, 30 de diciembre de 2010

The Feelings (3) (Segunda Inclinación)



Con el amor suele pasar lo mismo que con las berenjenas. Si las dejas mucho tiempo en la mata se acaban arrugando. Y terminan siendo pasto de los bichos.

También se ponen amarillas y se hinchan. Es síntoma de la maduración. Por eso hay tanto poeta gordo.

Con la literatura pasa igual. El resentimiento suele ocupar un importante espacio en los escritores. Pero no se trata de un resentimiento sentido. Más bien se produce por compromiso mutuo. Veamos. Un autor analiza una obra ajena. Y la disfruta considerablemente. Pero ese autor tiene un nombre, unos apellidos, una reputación. Y a todo ese halo hay que añadir un círculo de amigos a los que está agradecido y ante los que tiene que justificarse.

Así, lo que en un principio era un deleite acaba convirtiéndose en pasto de los bichos. Berenjenas para no ir muy lejos.

La relación que mantiene un hombre y una mujer acaba siendo dubitativa, o deudable. Si ese escritor, en un momento concreto de su vida, hubiera optado por la sinceridad y la fidelidad a su propia obra (y a la ajena) nunca tendría resentimiento.

Todo es por culpa de la maldita aureola. Cuando voy por la calle me fijo. Ese tan estirado. Aquella tan elegante. Y el pobre cojo con el bastón y la gorrilla de pueblo mirando a uno y a otro.

Uno es de pueblo. Y a mucha honra. Pero si leo algo que me gusta (como cuando veo a una bella mujer) le quito la aureola y le digo:

- “¿Te apetecen unas berenjenas rebozadas?”.