No entiendo cómo se puede ser tan imperfecto. Deshacer la rutina o lo evidente y dudar hasta de su propia sombra. Mis deseos nunca serán descubiertos. Con vergüenza o sin vergüenza, no dejaré que nadie acuda a ellos simplemente. Toco el cielo entre las cinco y las seis, mientras tu boca no se calla nunca.
Debes abstenerte de cometer injusticias, no aceptas la realidad. Mis deseos no podrán ser descubiertos. Omites la maravilla y vivo en ese lugar azul y despiadado. A las siete despierto. Y volvemos al infierno de los roces. Si realmente supiera descifrar la maravilla no bajaría nunca. No habría comparación. Pero basta que digas que dudas, que no aceptas esta evidencia, para reconocerlo.
Tus labios no están en tu boca. Nunca han estado. Reprochas la cubierta de Calíope e introduces un código de barras humano y sin suerte. Mueren mis palabras. ¡Qué injusticia! Soy valiente pero no sirve de nada. De nada.
Si todo fuera tan fácil de usar la vida reconocería el lamento. La almohada está empapada de sudor. Le doy la vuelta. Salto de la cama y, de rodillas, pido una indulgencia, plenaria a ser posible. Recibo caricias de aire frío.
Mientras te marchas no dejo de contemplar tu cadera (¡qué envidia!), tus piernas, los tobillos. La vida de espaldas es un mapa sin tesoro. Tu manera de andar me ha desnudado. Rápidamente he arrojado a este lado de la vida toda la ropa. Observo lo idiota que soy, y me conformo con una mentira. Una simple mentira. El silencio de fijar la vista en mi propio cuerpo. Una decepción. Tengo que hacer un donativo efímero, como todos los donativos.
Grabo tus iniciales en mi piel con un rotulador fluorescente. Nada. Sigo de rodillas junto a la cama. Siento frío. Una araña me mira sin ojos. Levanto los brazos, y en cruz clamo a la araña. Grito. Corre por la pared y pierdo la calma. Sin incógnitas.
La próxima vez que te observe mira debajo de la camisa. En el brazo izquierdo están tus iniciales: FACE.
Debes abstenerte de cometer injusticias, no aceptas la realidad. Mis deseos no podrán ser descubiertos. Omites la maravilla y vivo en ese lugar azul y despiadado. A las siete despierto. Y volvemos al infierno de los roces. Si realmente supiera descifrar la maravilla no bajaría nunca. No habría comparación. Pero basta que digas que dudas, que no aceptas esta evidencia, para reconocerlo.
Tus labios no están en tu boca. Nunca han estado. Reprochas la cubierta de Calíope e introduces un código de barras humano y sin suerte. Mueren mis palabras. ¡Qué injusticia! Soy valiente pero no sirve de nada. De nada.
Si todo fuera tan fácil de usar la vida reconocería el lamento. La almohada está empapada de sudor. Le doy la vuelta. Salto de la cama y, de rodillas, pido una indulgencia, plenaria a ser posible. Recibo caricias de aire frío.
Mientras te marchas no dejo de contemplar tu cadera (¡qué envidia!), tus piernas, los tobillos. La vida de espaldas es un mapa sin tesoro. Tu manera de andar me ha desnudado. Rápidamente he arrojado a este lado de la vida toda la ropa. Observo lo idiota que soy, y me conformo con una mentira. Una simple mentira. El silencio de fijar la vista en mi propio cuerpo. Una decepción. Tengo que hacer un donativo efímero, como todos los donativos.
Grabo tus iniciales en mi piel con un rotulador fluorescente. Nada. Sigo de rodillas junto a la cama. Siento frío. Una araña me mira sin ojos. Levanto los brazos, y en cruz clamo a la araña. Grito. Corre por la pared y pierdo la calma. Sin incógnitas.
La próxima vez que te observe mira debajo de la camisa. En el brazo izquierdo están tus iniciales: FACE.