viernes, 3 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y dos) (Tercera Inclinación)



Tengo que llamar a un taxi rápidamente. Me he levantado tarde y me esperan a las nueve. Es la primera sesión de grabación en el 3 de Abbey Road. No puedo faltar. Se pondrá muy nerviosa. Atraco a un taxi en King’s Road, a unos metros de casa. Vamos volando. El tiempo se eterniza pero llegamos. Suspiro antes de subir las escaleras. Llevo la Custom y el bajo Rochester, por lo que pueda pasar. Saludo a Paul. Ella está haciendo pruebas de voz. No la veo. Paul me da un fuerte abrazo. De pronto observo la batería en el estudio principal. Recuerdo mis primeros conciertos de adolescente. Tomo la batería e imito a José Luis, o a Antonio. ¡Eran mejores tiempos!

Ella aparece. Me da un beso. Me pide que quede dentro, y me niego. Salgo fuera. Acaricio mi Custom como al muslo de la mujer que amo. Hay que repetir. Me queda la pena. Se vuelve a repetir. El primer día es normal. Tarareo una canción de María y se cabrea. Se hace tarde.

Estoy muy nervioso. Me marcho. Quedo con ella para almorzar. Me dice que vaya a Orrery, en el 55 Marylebone High St. He comido allí varias veces y la verdad, me resulta muy frío. Prefiero saludar a mi admirado Jamie Oliver en Fifteen. Es más poético, más romántico, más circunstancial. Nos citamos en Orrery a la una.

Llego tarde de nuevo. He dejado la Custom y el Rochester en el estudio. No ha aparecido todavía. Tomo un Martini y me siento en la mesa. Ella llega con muchas bolsas. Muchísimas. No son de Oxford Street precisamente.

Apostolizo la actitud como diría Luis Rosales. Y adopto un tono ruiseñor y dejativo. Pero siempre queda tu luz. Te pido un momento y ruego disculpas por el comportamiento compartido. Me queda tu nombre. La vida está rota. Tengo que escribir. Me exige un poema y le digo que los poemas los escribo cuando me sale de los mismos. Lo siento. No me puedo forzar. La vida me eterniza.

Almorzamos en plácido silencio. Vuelve al estudio y marcho a casa. En vez de un poema no dejo de recordar a Rosales. Repito verso a verso Oigo el silencio universal del miedo. Lo siento.

Suena el móvil. ¡Esta maldita BlackBerry que me han regalado por mi cumpleaños no logro acompasarla! Me pides diez minutos. Diez minutos es una eternidad. Si vinieras ahora te sorprendería. Detendría el tiempo, y los lamentos los siento como míos. Le pido disculpas. Cenamos en Fifteen. No está Jamie. Nos piden una foto y me escondo. Soy un ruiseñor dejativo, no lo olvides.