Estoy lejos de casa. No comparto en absoluto el tratamiento otorgado en la entrega de los Nobel. Para nada. La política sobra. Todo es política. Por si acaso no recuerdas ese abrazo, yo te entrego el Nobel del amor. El de poesía se lo doy a Luis Rosales, simplemente. Mi canción no llega, pero pervive. Y tengo bastante. No echo de menos nada, ni a nadie. Y este maldito invierno acaba llevándose todo.
Tomo un paraguas en la playa y hago círculos en la arena. Círculos cerrados. Dentro escribo unos versos, o unas estrofas para poder tocar, o cantar. Círculos cerrados que se repiten en la orilla. La ola deja entrever el rostro, tu cara. Tus ojos se cierran.
He tenido que almorzar acompañado, y sobre los vaqueros he colocado la chaqueta nueva. ¡Qué frío! Tengo miedo. La vida es triste mientras dejemos de ser nosotros mismos. Hay personas que nunca entenderán. No son personas. ¡Qué triste! Hay personas que no se acaban nunca.
Y por si acaso, si recuerdas el último abrazo, te digo que me marcho. Me voy. Repito los versos de Parra, de Rosales, de Grande, de Lope. ¿Dónde está el Nobel nuevo? Este maldito invierno me arrastra hasta el suelo. Doy vueltas en la arena. La nueva chaqueta está completamente manchada. Leo a García Martín y a T.R.R. Deseo leerlos. Es lo único que llena y acudo a ellos por momentos. Siempre. Lo demás es efímero. Tengo que cambiar los enlaces del cuaderno. Sobran abrazos, como sobran las princesas que nunca querré.
En el almuerzo me han hablado de política. Y he estado prudente. He cerrado la boca. Las cosas que pasan acaban con un café solo, y sin azúcar. A punto de perder más puntos descanso en un lugar mojado. Suena la radio, a tope. Abro la ventana cuando fumo. Dicen que el dos de enero todo será distinto. No pienso pisar un bar, un restaurante, un lugar que prohíba fumar. Las condiciones las aporto, no las imponen. Seré feliz, no veré más caras, más imbéciles condicionantes. Y si alguien quiere que acuda a alguna presentación fumaré. Lo haré sin parar. Hasta que me echen. ¡Qué alegría! Tengo querencia.
El silencio nunca calla, y las fotos no dejan de hablar. Me duele la cabeza. Y lo siento. Pero es la verdad. En una ocasión Rosales me dijo que tuviera cuidado con las sonrisas. Para él era más rico una admiración que una afirmación. La sinceridad se manifiesta en los rostros. Corro por El Baúl. Entre antigüedades. Antes hago una parada en el Paseo de la Farola.
Busqué a Claudio y lo encontré en un bar. Era genial. Solo quería decirle lo siento. Nada más. Pero ese día no pude. Ni siquiera un abrazo. La pena y el aire actuaron como figurantes de una obra de Tirso. Vuelvo y lloro. Sí, lloro. No pasa nada.
Tomo un paraguas en la playa y hago círculos en la arena. Círculos cerrados. Dentro escribo unos versos, o unas estrofas para poder tocar, o cantar. Círculos cerrados que se repiten en la orilla. La ola deja entrever el rostro, tu cara. Tus ojos se cierran.
He tenido que almorzar acompañado, y sobre los vaqueros he colocado la chaqueta nueva. ¡Qué frío! Tengo miedo. La vida es triste mientras dejemos de ser nosotros mismos. Hay personas que nunca entenderán. No son personas. ¡Qué triste! Hay personas que no se acaban nunca.
Y por si acaso, si recuerdas el último abrazo, te digo que me marcho. Me voy. Repito los versos de Parra, de Rosales, de Grande, de Lope. ¿Dónde está el Nobel nuevo? Este maldito invierno me arrastra hasta el suelo. Doy vueltas en la arena. La nueva chaqueta está completamente manchada. Leo a García Martín y a T.R.R. Deseo leerlos. Es lo único que llena y acudo a ellos por momentos. Siempre. Lo demás es efímero. Tengo que cambiar los enlaces del cuaderno. Sobran abrazos, como sobran las princesas que nunca querré.
En el almuerzo me han hablado de política. Y he estado prudente. He cerrado la boca. Las cosas que pasan acaban con un café solo, y sin azúcar. A punto de perder más puntos descanso en un lugar mojado. Suena la radio, a tope. Abro la ventana cuando fumo. Dicen que el dos de enero todo será distinto. No pienso pisar un bar, un restaurante, un lugar que prohíba fumar. Las condiciones las aporto, no las imponen. Seré feliz, no veré más caras, más imbéciles condicionantes. Y si alguien quiere que acuda a alguna presentación fumaré. Lo haré sin parar. Hasta que me echen. ¡Qué alegría! Tengo querencia.
El silencio nunca calla, y las fotos no dejan de hablar. Me duele la cabeza. Y lo siento. Pero es la verdad. En una ocasión Rosales me dijo que tuviera cuidado con las sonrisas. Para él era más rico una admiración que una afirmación. La sinceridad se manifiesta en los rostros. Corro por El Baúl. Entre antigüedades. Antes hago una parada en el Paseo de la Farola.
Busqué a Claudio y lo encontré en un bar. Era genial. Solo quería decirle lo siento. Nada más. Pero ese día no pude. Ni siquiera un abrazo. La pena y el aire actuaron como figurantes de una obra de Tirso. Vuelvo y lloro. Sí, lloro. No pasa nada.