jueves, 16 de agosto de 2012

A través del cristal


A TRAVÉS del cristal que tengo frente a la mesa observo el verde y todos sus matices. Los hay claros y tímidos, fuertes y arrogantes, sombreados, coloridos, brillantes. Si fijo mucho la mirada descubro que el cristal está manchado por las gotas de agua de la manguera. El agua de casa, con abundante cal, deja señales de vida.

No hablo con nadie desde hace días. Respondo a algún correo necesario y leo. Mann y Zweig acompañan por la mañana. Kafka y Baudelaire por la tarde. De fondo Strauss y Pasión Vega. De los troncos de los árboles salen muchas ramas que debo retirar. El olor impregna las manos, un intenso aroma que se hace especial en la falsa pimienta.

Se me va la vida en la soledad y el silencio. En algún momento una araña veloz corretea por el suelo. Por la noche enciendo todas las velas posibles y las hago necesarias.

Francisco ha tardado hoy en llegar. Tenía que cortar el césped. Temo que aparezca. Los rabilargos también le tienen miedo. Cada vez que viene el jardinero acude al árbol de dios para saludar al hombre en su eternidad. Es como un rito, casi una leyenda.

Sigo mirando el verde. El cigarro acompaña en la mano izquierda. La botella de Desperados en la derecha. Es una parte de México que siempre está conmigo.

A Natalia le gustaba cenar en Orrery (55-57 Marylebone High St), a Sharleen en Fifteen (15 Westland Place). No hay dos verdes iguales.

El viento juguetea con las hojas. Salgo fuera para respirar ese poco de aire que alimenta. A esta hora de la tarde ya se ha marchado el humo. El cielo está cubierto de nubes que atraviesan el horizonte muy rápidamente. Desde el porche el cristal de mi habitación no se ve sucio. Es el engaño. La no poesía.