LA poesía se esconde detrás de los
libros de los sinceros. Allí, bajo la
luz artificial que alumbra la estancia, permanece en silencio sin esperar que
vuelvas. Que te quiera o no le importa poco o nada. Guarda el ruido en las
páginas, nadie entiende.
El agua, la ventana, las canciones que ya no suenan. El frío, diciembre, el mediodía. La llamada de teléfono que no llegó. Los pájaros mojados, las cosas que siempre suenan a triste. Hemos librado innumerables batallas. Tras ellas había un extraño café. Tomo la Custom para no equivocarme. Los círculos vuelven a estar cerrados.
Si niegas que te quiera la poesía vuelve a introducirse en la soledad. Debo preguntar a la suerte. Abrazo a Pablo en su Córdoba y a Claudio en Madrid. ¿La poesía social? Menudas tonterías. Preguntaré a la vida si debo atravesar el verde o mantenerlo. Pero el verde esmeralda, el verde de tus ojos.
Una joven muy triste, acompañaba a sus padres en una cena firme, me miraba. Sobre las manos sostenía el Ulises de Joyce. Yo llevaba Dublineses. Durante la comida no dejé de mirarla, de contemplar su rostro. Vestía de rojo. Los labios hacían juego con los zapatos. En un momento suave me dirigí al aseo del establecimiento. Al salir estaba ella con el libro en la mano.
Me temblaron las piernas pero no dije nada. Miré, miré y miré. Permanecía inmutable. Era un acordeón.
¿Poesía social o entendimiento? Corrí hacia el coche para encontrar el propósito que dejé en la guantera.
Mientras me alejaba seguía sentada con sus padres. Sus ojos eran fuego, pero fuego apagado. ¡Pierdo las mejores oportunidades!, me dije al arrancar el vehículo.
La poesía se esconde en los libros, la poesía social no existe, quedó en un restaurante, estaba con sus padres.