LA mañana con Cervantes y el Quijote, y la tarde con Carlos Barral. El
nuevo cenicero de agua emite un ruido cuando deposito la colilla. Como una
sorna. Debo mover la lámpara para ver lo que escribo en el cuaderno. El reflejo
de la luz pasa a ser insignificante.
De la Zambrano recuerdo los días en Málaga. Estaba en el centro, una mezcla entre indudable y justo, era la sobremanera. Me aburren los necios, los vanidosos, los seres de poca fe. Sueño, miedo y humo. La diferencia. La experiencia. La nueva sentimentalidad. Llevo la Custom en el hombro, amo el sentido común y la sinceridad.
Recuerdo una escena y corro a tomar el libro de Virgilio. Como morir en los senderos, que decía Leopardi.
Tengo algo de frío. Se hace tarde. El altavoz derecho deja constancia de los bajos. El izquierdo de la percusión. Leopardi, Leopardi, Leopardi. El libro de Colinas está manchado de helado, de helado de vainilla.
Me he tumbado en la arena a preguntar. Se acercan las cochinitas y las hormigas. Las arañas se esconden en la grama, entre las hojas verdes puntiagudas. Francisco avisa que la tierra está húmeda.
Ahora que vivo un poco conmigomismo llamo a Jorge y le recito el poema de La muerte oculta que no apareció en el libro. Dice que es muy triste. La vida, joder, la vida.
Salgo en la noche, enciendo las farolas e imagino tu rostro en el reflejo de la piscina. No hay nadie, se han marchado mi hijo y sus amigos. De fondo, escucho a las ranas pero no las encuentro. Miro hacia atrás intentando descubrir la naturaleza muerta y solo está Leopardi. Pasea junto al árbol de dios. Es la vida solitaria, el canto perfecto. Leopardi, Leopardi, Leopardi.