LA PALMERA washingtonia, cuando hay viento,
emite un chasquido en sus ramas. En cambio las cocoteras asustan. Crujen en un
sonido seco. Miro a ver si ocurre algo pero siguen allí. Agitándose al compás
de la naturaleza.
Hay ruidos por todas partes. El pilón que lanza el caño, la propia construcción, los pájaros, los insectos. Todo es naturaleza. Naturaleza viva.
He soñado que han muerto los poetas, todos los poetas. En la tierra solo quedan lectores. Sinceros que no opinan de lo ajeno y se nutren del alimento más puro. Los libros de Platón acaparan todas las bibliotecas, las públicas y las inciertas. Es un sueño violento.
Las encinas han comenzado a desprender su jugo, alimento para las hormigas. Ensucian las baldosas y desesperan la vida. Cada golpe de viento arrastra muchas hojas que caen por todas partes. La piscina se cubre de amarillo por los acebuches.
Con el paso de los días los diálogos de Platón permanecen inalterables. Naturaleza viva. Juego a ser y a no ser. Me escondo de los buenos. La ley de lo indudable.
He soñado que
habitan los lectores. Leer es escritura, la más pura belleza, como una
tonalidad de verde y de amarillo. Tiemblan las piernas mientras sostengo el último
cuaderno marrón. Tiemblan de rabia. Miro las palmeras. Permanecen en su sitio,
sólidas, manifiestas. No hay viento pero su agitan sus ramas.