jueves, 4 de noviembre de 2010

The Face (sesenta) (Tercera Inclinación)



Una vida desgastada. Lo que hago y lo que digo dejan de formar parte de esta existencia. Y lo he comprobado hoy. Junto a los grandes. Los muy grandes. He tenido que dar explicaciones. No quiero dar explicaciones. Soy un cubo de secretos. ¡Déjame por favor! ¡Déjame!

Estoy queriéndote así. Sin más. Sin explicaciones. Tienes un morro que te lo pisas. Y una vida rica que impresiona. Al menos, me has dejado compuesto y sin forma. Sin saber las cosas que debo saber de ti.

Pierdo la calma. Me tienes cerca y soy incapaz de dar un paso. Pero te quiero. Te adoro. Te digo. Esta pereza y esta tristeza me superan. No me juego nada. Lo que digo y lo que hago te recuerdan. Un poco solamente, no vayamos a hacernos ilusiones.

Se puede amar a la poesía, odiarla, contradecirla, pero nunca envidiarla. Estoy muy cansado de vivir. Mucho. No respondes al teléfono. Nunca das explicaciones cuando necesito saber algo que se ha olvidado. Y esos versos. Esos versos rondando siempre la cabeza.

Entre la poesía y tú, me quedo con la poesía. La vida es totalmente opuesta a la creación. Lo intento, lo recreo, lo reconozco. Defiendo la vida a martillazos, y no puedo, no deseo hacerlo. La poesía llena mucho más que la existencia, es en sí la existencia.

Los grandes escuchaban, y deseaba oírlos a ellos. De nada servían las pausas, los silencios, los secretos guardados en el fondo del alma. Debía hablar. ¡Qué horror! Esto se va pareciendo cada día más a una incógnita perfecta.

Cambio el poema de García Baena porque hay que cambiarlo, retoco un poco el maquillaje, y nada más. Cierro el libro con ganas, con ímpetu. Ahora da pena haber acabado la misión de los niños. Pero aún nos queda el invierno. Gracias Jesús, gracias José María, gracias Pablo, gracias Toi.