lunes, 8 de noviembre de 2010

The Face (sesenta y cuatro) (Tercera Inclinación)



Solía defenderme de los ataques incontrolados de ira. Pero llega un momento que el ataque deja de ser incontrolado y se convierte en abisal. Todo en él supera cualquier manifestación. Mira que son desagradecidos los poetas. En definitiva los escritores. Abundas su interioridad, escuchas sus planteamientos y nada, como si nada.

Es la ley del calabacín. Mientras más grande se quede en la mata creciendo, más hueco por dentro. Después tomas un cuchillo y el vacío interior aparece.

Pero mira que son desagradecidos los escritores. La lucha que se ha montado, con manifestaciones incluidas, por los Álogos. La bitácora está muy bien. Puede tener florecitas, fotos con mariposas, encajes de bolillos, pero como el libro en papel nada. Lo digo y lo repito. La obra del autor gana en papel. Siempre.

Pero al nacer en el formato de toda la vida debe ser objeto de críticas. Ahora entramos en la calidad literaria del autor. Cada libro es un mundo, y cada autor una isla. Y la exposición de manifestaciones o mensajes, se entregan a los lectores con la misma dulzura que fueron escritas.

Hay que dar a cada cual lo suyo, aunque sean desagradecidos. Y se debe hacer siempre. Ahora recuerdo una crítica a un libro de poemas de un autor sevillano consagrado. El tiempo ha dicho que su mejoría es evidente. Pero en aquel momento lo que había escrito, había publicado, y había presentado a los lectores era, cómo decirlo, insignificante. Muy pequeño. Hueco como el gran calabacín, y repleto de pepitas.

No abundemos en la ira. Dejemos pasar el tiempo con sus propias causas. Siempre acabo con lo mismo, pero es lo único que viene a la cabeza. Cuando pasen cincuenta años, ustedes me diréis. Ustedes me diréis.