He dicho a Jorge que debe quitarse las gafas para hablar conmigo. Me gusta mirar los ojos de las personas. A veces molestan las gafas de sol. Le he comentado también que la alegría es capaz de salvar el miedo. Siempre.
Loreto era una joven en la flor de su vida. Tenía novio, pero aún así intenté manifestarle mis sentimientos. Su rostro era blanco y su voz afinada. Los lunes acudía al instituto una hora antes. Cogía siempre un tren anterior para encontrarse conmigo.
Hablábamos del fin de semana, de las cosas que suelen comentar dos adolescentes ensimismados. Nunca llevaba gafas. Sus ojos grandes y negros transmitían paz.
La mañana de un lunes acudí a su encuentro pero ella no estaba. Esperé hasta la hora de las clases. Me comentaron que había fallecido en accidente de circulación la noche anterior.
Fui a su casa en el cercano municipio donde había vivido. Hablé con sus padres destrozados. Les entregué unos poemas que le había escrito. Miraron los versos y los arrojaron sobre la cama que hasta ayer ocupaba.
La alegría superó al miedo. Salí de allí corriendo, con las gafas de sol en la cara. Unas gafas que evitaron descubrir unas pocas lágrimas. No hubo esperanza. Se la había llevado el miedo.
Le he dicho a Jorge que hable al oído a la tortuga para que vaya más deprisa. Me molesta, y muy profundamente, la lentitud y esas gafas de sol.
Loreto era una joven en la flor de su vida. Tenía novio, pero aún así intenté manifestarle mis sentimientos. Su rostro era blanco y su voz afinada. Los lunes acudía al instituto una hora antes. Cogía siempre un tren anterior para encontrarse conmigo.
Hablábamos del fin de semana, de las cosas que suelen comentar dos adolescentes ensimismados. Nunca llevaba gafas. Sus ojos grandes y negros transmitían paz.
La mañana de un lunes acudí a su encuentro pero ella no estaba. Esperé hasta la hora de las clases. Me comentaron que había fallecido en accidente de circulación la noche anterior.
Fui a su casa en el cercano municipio donde había vivido. Hablé con sus padres destrozados. Les entregué unos poemas que le había escrito. Miraron los versos y los arrojaron sobre la cama que hasta ayer ocupaba.
La alegría superó al miedo. Salí de allí corriendo, con las gafas de sol en la cara. Unas gafas que evitaron descubrir unas pocas lágrimas. No hubo esperanza. Se la había llevado el miedo.
Le he dicho a Jorge que hable al oído a la tortuga para que vaya más deprisa. Me molesta, y muy profundamente, la lentitud y esas gafas de sol.