Calíope avisó mientras dormía. Todas las llamadas a dios no resultaron en vano. La fuerza vigorosa y épica de su tono hizo que saltara de la cama. Acudí al árbol pero no había nada. La tierra no estaba removida y en ningún caso pude observar el diario de una resurrección.
Calíope indicó que el ángel exterminador, el ángel que vaga errante por la tierra sería mi aliado. Tengo frío. La noticia ha surgido una mañana de bajas temperaturas. Ayer nos llenamos de agua y aún no he podido despedir a las sombras de mi cuerpo. La absurda temporada se complica. Escucho a los árboles gritar, y siento sus raíces dormidas. No hay acompañamiento.
Repito una vez y otra vez los versos de Claudio Rodríguez mientras estaba ebrio. Tengo que prepararme para recibir una visita. La visita de un ángel. El viejo tocadiscos se comporta. Un vinilo es el sonido del cielo, y los violines apuran el instante, aunque sea muy corto.
Tomo entre las frías manos el libro de las horas. Y lloro. Es de hombres llorar mientras los instrumentos de viento elevan la marcha nupcial a las alturas. La taza de café está vacía. Miro los bordes manchados y tomo la cucharilla entre las manos. Un cuaderno arrugado cae a la alfombra.
No llama nadie. No me visitan. Las velas se apagan y vuelvo a encenderlas. Ahora es tarde. Recuerdo el poema “Balada de Cherche-Midi” de González-Ruano y acudo a encontrarlo. ¡Qué difícil! Tras un buen rato y libros por el suelo aparece. Lo leo despacio. Sigue sonando el vinilo.
Después de los naufragios siempre llega Leopardi. Siempre acudo al libro amarillo de Colinas. Y a la misma página. La ciento sesenta y siete. Y el pastor deja de ser errante. He quemado las manos con el cristal de la chimenea. Arde. He sentido un brote de calor.
Recuerdo las fotos en las atracciones. Muchas fotos. Y mucha lluvia. Jurado iba de incógnito. Cotta de Cotta. Pámpano apareció sin colores (los traía en cajas de cartón piedra). Toi fue maestro de ceremonias. La chaqueta está mojada. El viejo disco de Decca llega al final.
No he escuchado a Calíope. El ángel no aparece. Mandaré un email a dios para que haga algo.
Calíope indicó que el ángel exterminador, el ángel que vaga errante por la tierra sería mi aliado. Tengo frío. La noticia ha surgido una mañana de bajas temperaturas. Ayer nos llenamos de agua y aún no he podido despedir a las sombras de mi cuerpo. La absurda temporada se complica. Escucho a los árboles gritar, y siento sus raíces dormidas. No hay acompañamiento.
Repito una vez y otra vez los versos de Claudio Rodríguez mientras estaba ebrio. Tengo que prepararme para recibir una visita. La visita de un ángel. El viejo tocadiscos se comporta. Un vinilo es el sonido del cielo, y los violines apuran el instante, aunque sea muy corto.
Tomo entre las frías manos el libro de las horas. Y lloro. Es de hombres llorar mientras los instrumentos de viento elevan la marcha nupcial a las alturas. La taza de café está vacía. Miro los bordes manchados y tomo la cucharilla entre las manos. Un cuaderno arrugado cae a la alfombra.
No llama nadie. No me visitan. Las velas se apagan y vuelvo a encenderlas. Ahora es tarde. Recuerdo el poema “Balada de Cherche-Midi” de González-Ruano y acudo a encontrarlo. ¡Qué difícil! Tras un buen rato y libros por el suelo aparece. Lo leo despacio. Sigue sonando el vinilo.
Después de los naufragios siempre llega Leopardi. Siempre acudo al libro amarillo de Colinas. Y a la misma página. La ciento sesenta y siete. Y el pastor deja de ser errante. He quemado las manos con el cristal de la chimenea. Arde. He sentido un brote de calor.
Recuerdo las fotos en las atracciones. Muchas fotos. Y mucha lluvia. Jurado iba de incógnito. Cotta de Cotta. Pámpano apareció sin colores (los traía en cajas de cartón piedra). Toi fue maestro de ceremonias. La chaqueta está mojada. El viejo disco de Decca llega al final.
No he escuchado a Calíope. El ángel no aparece. Mandaré un email a dios para que haga algo.