domingo, 7 de noviembre de 2010

The Face (sesenta y tres) (Tercera Inclinación)



He perdido (sin quererlo) los poemas que me diste antes de ayer. ¿Y ahora qué hago? Me faltan versos, muchos versos. Busco y rebusco por toda la casa esos papeles arrugados que acabaron en mi bolsillo. En la oficina, en el baño, en la cocina, debajo del acebuche. Pero nada. Los he perdido, ¿o tal vez los he pedido? ¡Maldita Nerea!

Tendré que llamarte, de manera perdida, y decirte al oído, que he perdido o pedido los poemas. ¡Qué burrada! Eso se llama quedar mal. Antes de hacerlo oigo el run run en la cabeza. Una vez y otra vez. Creo que voy a estallar. Nunca he perdido o pedido nada. Y menos unos poemas. ¡Será la edad!

Tendré que llamarte. Me acerco al sauce para equilibrar momentos. Al principio se le cayeron hojas. Atravesé una crisis. Me puse muy triste. Pero ahora corre rápido. Como esos malditos poemas que no encuentro.

Voy hacia al sauce. Me siento debajo y le digo: “Siempre la claridad viene del cielo, es un don. No se halla entre las cosas, sino muy por encima”. Sigo con el poema y el sauce sonríe. Se alegra.

He perdido la calma. Completamente. Ya no soy yo. Tengo una mala idea dentro que recorre cada vena, cada poro. Me queda poco tiempo, y el sauce se alegra. ¿Quién te regará? La alegría ha desaparecido. Majestuosamente.

Tengo pereza y tristeza. Y no aparece la esperanza. Me muero por momentos y sigo sin encontrar los poemas. Una vez me dijeron que pidiera a un santo las causas imposibles. Impasible he pedido, pero nada. No aparecen.

Abel me espera sentado en la puerta de su casa. Lo imagino como un alma de principios de siglo. ¡Cuánta vanidad! Los poemas estaban en el bolsillo. Hay alivio, como hay secretos. Puedo seguir dando pasos. Y los doy sin quererlo.