lunes, 29 de noviembre de 2010

The Face (setenta y nueve) (Tercera Inclinación)



Creo tener razones que te puedo dar. Me queda la pena. Se fue el aire. Y por más que lo siento deseo volver hacia ti. Como el pobre chatarrero vuelve a la oxidación. Tu nombre está apuntado en el cuaderno marrón. Y ese pedazo de ti lo sigo teniendo. Cada vez que regreso a tu nombre acaricio tu cuerpo sin gustarte. Te pongo nerviosa. Soy muy pesado. Las manos que me han dado son grandes y bastas.

Recordaba lo que uno debe hacer para triunfar en la vida. Ser agradable. Rodearse de famosos. Y ser muy cortés. En las lecturas (donde siempre acude la misma gente) hay que agradecer, hacerlo muy empalagosamente. Y repetir los nombres de los asistentes con carita de cabello de ángel. Ellos sonríen. Ellas se abren. Y tú, sigues manifestando la luz, tu luz ajena. Eres una aproximación al desconcierto. Y, más gracias. Así triunfarás.

Lo intenté hacer una vez pero mandé al carajo al más pintado. Y desde entonces, así me van las cosas. A las lecturas una media de veinte personas. Las justas. Las verdaderas. Y preguntan al salir qué he querido decir. El silencio nunca calla. Me queda una cosa. No te merezco.

Vuelvo a casa con mucho frío en los huesos. Me han invitado al patio de butacas a escuchar a Poveda y amigos. Rodeado de famosos he atendido al misterio. La duquesa, Tello, Curro, Burgos, Luchino. Una barbaridad de personajes para triunfar. He mirado el silencio. He pasado de todos. Hasta he pasado de Poveda.

Aunque con él estaban Matilde Coral, Joan Albert Amargós, Moraíto de Jerez, Diego Carrasco, Kiko Peña, La Susi, Arcángel, Marina Heredia, me quedo con Pasión Vega. Estaba bellísima.

De nada me han servido los versos de Valente o los de Gil de Biedma. De nada. Me quedan los nombres, las sombras. Mi vida está rota. En la cena me han pedido que recite algo propio. Y he tomado prestado un verso de Platón. Lo siento. Me quedo con tu boca.