Un beso es un beso. Y una gloria es otro beso. Acariciar un cuerpo siempre con luz. Mejor la luz del día, a ser posible. Recorrer los dientes de la amada con la lengua y engancharte al eco de su campanilla. Nunca estremece el tiempo si es de noche. En la siesta todos estamos cálidos, calientes, perfumados, ataviados de amor para negarnos.
Tomas la cabeza con las manos mientras besas. Y la nariz resucita los juegos malabares del prestidigitador, evitas los roces, las caricias. Pero los deseas, y los inventas.
Debes poner un poco de música de fondo y no olvidar el vaso de agua en la mesita de noche. Se seca la garganta a primera hora de la tarde.
Olvidas que la acabas de conocer o que llevas veinte años de noviazgo. La pasión es la misma, y la verdad se difumina en sólo un beso, el primero. A partir de ese vienen todos. Buenos, malos, regulares. El beso determina y nos corrige.
Besar lo que uno quiere implica excitación, y belleza. Es la ley de la siesta. Siesta con beso da gusto. Y el gusto difumina la saliva en el abrazo.
(Incluído en el libro La Sevilla erótica, Jirones de Azul, 2010)