lunes, 3 de enero de 2011

The Feelings (5) (Segunda Inclinación)



La distancia entre la nostalgia y la ira es muy escasa. Apenas un hilo fino. Generalmente los resultados suelen ser desagradables. No quiero pensar. Mejor es no pensar, no recordar. Entonces llega la ira. Sin llamar. Imaginar y recordar me confunden. Estoy muy lúcido, y aprendo por momentos. La mayoría de los poetas y los editores de este país son gilipollas. Esa mezcla de nostalgia e ira, pero aderezadas con desconocimiento, cinismo y vanagloria.

No puedo decir más. Me resulta muy difícil. Ahora toca actuar. Dedico un libro a María, llamo a Manu y envío un mensaje a Elisa. Natalia se ha quedado solita. No puedo, de verdad. ¡Puñetera tercera inclinación! Me estoy estresando tanto que el estómago me deja listo. Y en fin de año, ensalada de col y pasas, regalo de la casa de Marta, y una copa. Una simple copa. Lo demás es eterno.

Estoy solo. Tremendamente acompañado de arañas y restos de gusanos. No tengo miedo. Una maravilla me acompaña. Es la suerte. A las once tomé las uvas. Y las doce leía a Joyce.

No me queda nada. He pintado la fachada con la barra de labios que olvidaste en la ducha aquella vez. Aquella vez. Hace ya tanto tiempo que el carmín caducó en el noventa y tres.

No consigo recordar qué pasó con la ofrenda. Borro todo lo que te hizo daño. Nunca he puesto parches. Voy de derecho, y si no acudo es que no hay nada. No consigo recordar qué pasó. No se puede querer lo que no fui, lo que no ves. Mi testamento está hecho.

Te quiero por la mañana, por la tarde, por la noche. ¡Qué barbaridad! Es un día malo, lo sabes y callas. No consigo recordar mi marcha, pero me fui. No he vuelto.

Si digo que te quiero te molestas. Si hablo de amor me odias. Por las tardes soy menos sexy. La cadera me duele un poco más. El pasado es mi día malo. Lo siento.

Rehago las galeradas de los libros de Cumbreño, de Olga, de Ropero, de Gahete. Es Vela de Gavia. ¡Qué maravilla! Dejo la copa encima de la mesa para despistar.

Es tarde, amanece. Lavo los recipientes donde han añadido la ensalada. No veo. Corro entre las flores. Mancho de barro los pies.

Amanece pronto. En la cama no hay nadie. Imagino tu presencia y sueño. Cierro los ojos. Estoy solo. Tropiezo con las poesías completas de Rosales y doy una patada al libro de Gamoneda. Me arrepiento, cada día tiene más lectores (o lectoras). Tomo ese libro entre las manos y acudo al baño. Es una poesía de baño. Un poco estreñida.

Tomo el móvil buscando un mensaje tuyo y encuentro nada. No se puede querer lo que no ves. No dejo de recordar momentos, alegrías, tu sonrisa. Dijiste adiós muy pronto. No dio tiempo de leer a Novalis. Un día, muy temprano, comunicaron tu muerte Loreto. Y desde entonces nunca supe de ti.

Quedan los acontecimientos que sucedieron entre octubre y enero. Un corto periodo de tiempo y de dicha. La vida. El testamento. Tu barra de labios. Te quiero, de verdad, pero no lo sabes. Es lo bonito. Lo demás es eterno.

Todo es nostalgia, y todo acaba en ira. Pero la furia no determina que la mayoría de los poetas y los editores de este país sean unos impresentables anónimos. Dentro de cincuenta años hablaremos.