viernes, 7 de enero de 2011

The Feelings (8) (Segunda Inclinación)



Los cuentos de Bowles me apasionan. Entre tanto universo quemo la carta de los Reyes. Pido a mis amigos que me entreguen sus misivas para hacer lo mismo con ellas. En Siltolá levantó una hoguera repleta de deseos negativos para que se fundan en las miserias. Sólo queda lo bueno. A un poeta conocido que me entrega su carta le pido permiso para quemar también su obra completa. Hago un favor a la literatura.

Ahora no puedo escribir nada que no me guste. Hablo de la colaboración de José Mateos en el último número de Clarín, original y acertado. Necesario. Leo críticas que dan asco. La cultura de este país es una mierda. Sus suplementos culturales están cargados de mentiras, falsedades y la ausencia de objetividad es tan evidente, como lo es esta tarde.

Debo ser más romántico. No tomar a la letra las canciones y determinar simplemente lo efímero. Aunque todo se convierta en un desconcierto, debo agradecer. Debo pedir consejo. Tal vez escribir no sea lo único que quede. Y entre tanta insinuación, he sentido un pinchazo en la cadera de dimensiones considerables. Iba a felicitar a Aquilino y me quedé allí, junto a la historia que me cuenta un malagueño. Algunas facetas propias de un libro de viajes y mucha vida.

Amalia en una ocasión dijo que me quería. Tendría dieciocho años. La camisa huele a humo, a fuego. Y el fuego se puede querer. Todo arde y deseo aprender. Las sobras emiten un leve chasquido cuando se convierten en polvo. Como el grito de una caballa cuando la subes al barco con anzuelo y la agarras con fuerza entre las manos. Un silbido breve pero cortante.

Sigo escuchando historias del malagueño. En Tarragona, La Línea, Los Boliches, Córdoba. Toda una vida dedicada a un trabajo que le despide. Que le olvida. Se puede querer lo que no vives.

No he cumplido ni un solo propósito. Es bueno tener pena, respirar el aire, olvidar las razones. Sigo viendo tu luz, pero esta vez posee menos intensidad. Todo se apaga. La oscuridad no se puede querer.

Un nombre, Una aproximación al desconcierto. Y unos versos. No me queda nada más. De fondo, sigo escuchando al malagueño.