Nada es importante. Llevo unas horas en Madrid y no hace nada de frío. Me divierto. Jorge me tira de los pelos y le arrebato la copa. He dejado la Custom en casa. He traído el bajo Rochester.
Sierra es un tío grande. Muy grande. Lo del lobby es una anécdota. Vale mucho. Y le doy las gracias, merecidas. Con el libro de los niños me lo he pasado en grande. He encargado piruletas y globos. El miércoles disfrutaremos como enanos. Como ha sido tan importante la experiencia ya estamos con el libro de las ciudades. Cotta y Jurado han elegido. Me queda una. Londres y Barcelona. Falta la tercera.
Llevo unos meses con un poema sobre la pérdida de la virginidad de Tintín. Y no logro acabar el misterio. He roto diez mil folios. Nada es importante. Si te digo te amo me comes la cabeza, y no me gusta nada. La cabeza nada. Hay que comer otras cosas.
María me mira. Muy seriamente. Le hago un guiño un poco dañino. ¿Cómo he llegado hasta aquí? En Ave, mira, en Ave.
Siempre he puesto parches. Y ni tengo hobby ni lobby. Lo que no ves no se puede querer. Nada es tan importante como mi propia marcha.
Pido consejo en unos poemas y me sorprendo. ¿Mentiras? ¿Intereses? ¿Realidades? No hace nada de frío en Madrid. En la calle Lagasca escribo un verso. Siento un escalofrío de pronto. Es un bar. Jorge me mira. Le hago un corte de mangas. De camisas –se entiende-.
Milou llora. La cantante aparece con la entrepierna abierta de dichas y reproches. Dentro, justamente, de cuatro horas, he quedado. ¿Estaré preparado? ¿No? Sólo sé que estoy borrando lo que te ha hecho daño poco a poco.
Estoy cansado de la publicidad y en tu boca sigo encontrando rebeldía. Te amo. ¿Lo sabes? Sí, es cierto. ¿Qué hago ahora? María me mira. Milou llora. Bianca gime. ¡Qué puta vida llevo!