domingo, 1 de mayo de 2011

Nueve



La vida es una vez. No disponemos de una segunda oportunidad para terminar aquello que empezamos. Busco a oscuras un credo, un camino, un querer quererte sin hacerlo. Maldigo y perdono. ¿Quién me perdona? Cuando Antonio Martínez Ares escribió María se bebe las calles, se encogieron las nubes de Cádiz. Y cuando Pasión Vega tomó la letra y le puso voz, los hombres escapamos de los gritos de grandeza que promulga la naturaleza. Nunca decimos no, siempre perdonamos a los sabios. Los mandamientos se pasean como lo hacen las flores, y si es el quinto, dejamos de tener miedo.

Los libros de Pablo Moreno y de Juan Peña han quedado preciosos. Muy luminosos. Continente y contenido han sabido fundirse en el primer mandamiento de la ley de la poesía. El gris de Pablo es especial, espacial. No existe el metalizado en las ediciones, pero como si lo tuviera. He vuelto a leerlos esta tarde, y he recordado la foto que publicó Trapiello. Los libros más vendidos nunca serán de poesía, lo exótico, político y estático nunca será poesía.

A Alfredo Valenzuela le gusta mucho el post “Postpoeta Dos”. A mi hija Isabel le apasiona la Nocilla, pero no puedo decir lo mismo. Lo mencioné antes, lo exótico, político y estático. Lo post. Es una pena, después los conoces, y son buena gente, inteligentes (de eso nunca dudamos, que conste), y cuando manifiestan abiertamente su obra, son buenos literatos. Algunos magníficos. De pequeño aborrecí tres cosas: los quesitos El Caserío (los que me daban eran La vaca que ríe), los plátanos y la Nocilla. Fue tal la cantidad ingesta que recibía de esos productos que llegué a odiarlos. Hoy no pruebo un plátano ni en pintura, a pesar del color amarillo que siempre tengo presente.

Hablar del amarillo trae el recuerdo de Julio Llamazares y su poemario La lentitud de los bueyes (1979), aunque realmente fue su novela La lluvia amarilla (1988) la que nos acerca de nuevo a los mandamientos, allá en Ainielle. También el recuerdo de Juan José Espinosa Vargas y su Marzo o la traducción del aire (1984), (“Pobre Berta / creía que el sol iba a ser siempre amarillo amarillo amarillo / tanto que sólo con él podría iluminar las pupilas de todas las muñecas de trapo / y amanecer cien mil veces en un mismo instante / pobre Berta creía que el sol iba a ser siempre /amarillo amarillo amarillo”).

Se intenta fundir un mandamiento en la nostalgia y el resultado es ritmo y decepción, como se llama una de las últimas canciones de Miranda, y Ale está como siempre, además de genial, extravagante y dando fe de sus impulsos latinos. Pero a los sabios, siempre perdonamos, no lo olvides. He llegado en el momento equivocado, en un tiempo impreciso al que Martínez Ares denomina prisionero de los miedos. Se me va la vida en el perdón, y yo sin saberlo.