Hubo un día que me enamoré de las matrices (invertidas, claro está) y fui tomando cariño a los diagramas familiares (de Euler Venn). Siempre he buscado la lógica, la realidad del círculo sin posibles combinaciones. El universo es un discurso, y con los cuadernos cerrados siempre se encuentra la verdad. Pregunto por la extraña forma de conducir por la izquierda. Hace años, cuando en el Puente de Londres cruzaban las carrozas, para evitar que la fusta o el látigo del cochero hicieran daño a los viandantes, se promulgó la norma de circular por la izquierda. Pero debo seguir buscándote, esta vez es una diferencia. Natural y legítima creencia.
Me he sentado en las escaleras hasta esperar que vuelvas y has aparecido. Dispuesta a escuchar una lógica sin leyes ni discursos, sin normas aplicables a un lenguaje artificial. Me pierdo en tu sonrisa, en tu cadera, en tus manos. Mejor es no pensar. Mejor es no pensar. Imaginar y recordar se superponen y confunden.
Busco la verdad y encuentro sombras, fantasmas. Un alma que ya ha disimulado la felicidad. Una aproximación al desconcierto como una realidad, y sin matices. Amor, si has de venir, que sea pronto, que también nos cansamos los que tenemos hambre. De ti, por supuesto. Duermo solo, y tengo cuarenta y tantos años. Los mismos que tenía aquel poeta loco, que repetía los versos en la ducha, en noches de domingo, cuando todo era igual, y tú lo sabes.
Rosales tiene una forma de escribir algo peculiar. Cuando quieres oírlo, se repite el silencio y acabas con Colinas en Ibiza, con García Baena en Torremolinos, con MVA en el Paseo de la Farola y con Claudio en el bar de la calle de su vida. En La Rábida, Jaime Siles acabó durmiendo solo. Lo pretendía. Al igual que García Martín. Todos aquellos que repitieron los mandamientos de la ley de la poesía lo consiguieron, como lo hizo Lola Luna, mientras recitaba los cuentos en la noche de rabia. Y después Guadalupe, opinó.
Hace muchos años, escribí un poema que nunca salió a la luz. Se titulaba “Polémica y expectación en torno al caso Grande”. Era para Guadalupe. La poeta. Era para ella. Pero prefiero esconder ese cuaderno marrón, que permanece cerrado, como los sentidos en primavera.
He llamado a un taxi. El acto ha terminado. No hago nada solo, en la puerta de un antro, a las cinco de la mañana. Dice que viene ahora. Mientras, recito los versos en inglés de un tal Paul D., que escribe muy bien, y tiene tono. Un tono que se va por la izquierda en el Puente de Londres. Sharleen observa. Doy saltos por la calle mientras repito esos versos. Natural y legítima creencia.