sábado, 21 de mayo de 2011

Uno



Era Motivos (1983) un primer libro juvenil. De esos que se escriben con diecisiete años, y dejas entrever la aristocracia. Una forma impulsiva, y las meditaciones ocupaban los versos. Ahora que corrijo Faltan palabras en el diccionario, descubro su grandeza (a pesar de pesares). En el fondo nunca salí de allí, del tono inusitado, las sentencias pausadas, y una vida amargada por el simple hecho de ser vida.

Derrota y muerte a los héroes (1988) fue un ejercicio culturalista. Un homenaje interno a los grandes poetas. Quedó la esencia, el ritmo, y enriqueció la forma de entender la poesía. A partir de este momento dejé de leer los versos ajenos de la misma manera. Y los propios cantaban con un compás lejano. La cabeza movía sus intenciones.

El violín mojado (1991) fue un único poema. El libro de una noche. Una aventura de amor. La integridad del ritmo rondando las esquinas. Unos versos larguísimos (unos cuantos tan solo), y una historia que iba, venía y se marchaba. Todo lo que he podido escribir en la poesía se encuentra en este libro. Y de él todo fluye, nada se desespera.

Introducción y detalles (1991) incluía la justicia social, la ironía, la crítica veloz, y el mismo tono. Última cordura (1993) es su complemento, una continuación. La muerte oculta (1996) me enseñó a amar la noche, la muerte, la oscuridad. Y todo ello en silencio. Un misterio que corta toda respiración y la revive.

Hace unos días recibí la carta de un amigo poeta. Un magnífico autor. Una bella persona. Se ensañaba conmigo por haberme apartado de la misma poesía. La que él defendía. La que él custodiaba. Incluso se atrevió a describir Una aproximación al desconcierto (2011) con un término vano, vulgar, insostenible: experiencia. La vida es un misterio, mi buen querido amigo. Un misterio grandísimo. Y por más que yo quiera, nunca saldré de él. Siempre vuelvo al camino (no me puedo salir, aunque lo quiera). Siempre escribo lo mismo, de la misma manera.

Hay que leer los versos con libros en la mano, y verás que repiten las historias. El amor por encima de la vida de dios. La tristeza y la infancia que siguen dando miedo. Y esos juegos coquetos que gustan o no gustan.

Mi buen querido amigo. Ya te mandé una carta, ahora me justifico. Espero esos estudios que hablan por tu boca. La gran sabiduría. Agradezco tenerte otra vez a mi lado, del que nunca te fuiste. Y admiro tus consejos. Si todo lo fundimos salen unos cien versos, todos ellos iguales.