Justo en el momento que la noticia iba a ser comentada al amigo, la similitud de ideas se hizo carne. Y habitó entre nosotros. Es un instante preciso, un segundo sincero. Es un principio. Mejor que en Tao lo busco en los presocráticos. Es el principio de reciprocidad. Cuando las mentes disponen de fines comunes, cuando la literatura, o el arte, se entienden como un concepto mágico e interno, aparece la correspondencia mutua.
A muchos kilómetros, o a la vuelta de la esquina. Incluso en dos personas que no se han visto nunca. Hay circunstancias donde ese principio no llega a formularse. A priori es un hecho. Con posterioridad se hará verbo.
Suele impactarme de una forma diferente a mi amigo. Me hace ver la grandeza de la similitud. La esencia de esa reciprocidad. En la vida apenas ocurre con dos o tres personas, nada más. No debe extenderse. Su manifestación es limitada. Y ahí está su majestad y su poder. La excelencia moral y literaria. La dignidad en el fondo.
Hablaba hoy Rafa Téllez de los manipuladores de la pureza poética. Y el tono de su voz temblaba a través de un micrófono nefasto. Un par de señoras mayores sentadas delante de mí, cada vez que el maestro Cabanillas recitaba un poema, decían: “¡Qué bonito!”. Cuando el poeta dio por finalizado el acto, se levantaron y se fueron. A lo lejos escuchaba ese ¡Qué bonito!
El delirio provocó una estima (bastante objetiva por cierto) sobre los versos del poeta. Quizá se veían identificadas en una madre y su hijo. Mi problema, o mi delirio, es que me he identificado tanto con los seres del principio mencionado, que todo lo demás no existe. Se puede convivir, pero nada más. No existe nada más allá.
Cuesta mucho. No es fácil. El círculo cerrado se va haciendo cada vez más pequeño. La ley de la elección personal juega un papel fundamental. Un grupo de escolares extremeños de tercero de Eso se ha fotografiado conmigo en la Feria del Libro. Sus profesores habían leído mis textos y la naturalidad de la foto era propia de un fin común. Por un momento se abría el círculo para otorgar una muestra de generosidad. Cuando tomé el taxi en Plaza Nueva la figura geométrica volvió a cerrarse.
Se puede vivir así. No hace falta mucho. Un buen puñado de libros, discos de vinilo, (varios cartones de cigarrillos) y una voluntad extrema de elección. Sin establecer el sentido peyorativo a la teoría. Hay que aceptar. Hay que asumir.
El resto de mortales no lo entiende. Suele ocurrir. Debes vivir con eso. Y convencerte, si realmente lo estás, que es la única de las formas posibles que has elegido. Libremente.
Lo que piensen los demás, está de más. Se de cosas que se dicen. Ocurrió en un momento, iba a llamar por teléfono y me encontré con un fantasma, la imagen del silencio, la visión del misterio. Discúlpenme un momento, se ha vuelto a caer el mundo al suelo y debo recogerlo.