martes, 17 de mayo de 2011

Sesenta y nueve



Tengo lo que tengo, debo lo que debo y quiero lo que quiero. Hago mías estas letras de Diego. Buenas amistades en Extremadura, todas mujeres, por cierto. Y una ilusión tremenda a que llegue el domingo para poder votar en las municipales. Hay que votar. No acudir es un error. Ahora preparo mi papelito que introduciré en la urna: “Todos los políticos se vayan al infierno”. Eso es lo que hay que votar. Apoyar a un partido es ya partidista. Y los partidos están constituidos por sinvergüenzas. No se salva nadie. Ni uno solo. El Estado Universal Compartido ya, es necesario. Hacer teoría de la política o de la educación (y de la cultura ni hablamos) es absurdo mientras exista la clase política.

Claro que hay algunos, que tienen el cielo ganado (eso creen ellos). Y su misión en la tierra consiste en convertir. Pero en esa conversión pierden la identidad con la que nacieron. Ahora son máquinas efímeras de un arte efímero. Pobrecillos. Y hasta aparecen en la prensa, en la radio o en la televisión. Si supieran que España dentro de veinticinco años tendrá mayoría de practicantes musulmanes y nuestros alcaldes serán los machupichus.

Los organizadores de la Feria del Libro de Sevilla les dan, a última hora, caseta a los Cangrejos Pistoleros y a los Poetas en Acción. (Os deseo mucha suerte editores). Es la vida al revés. Tengo que ir a firmar ejemplares el 23 a la caseta de una librería, pero no voy a acudir. Mandaré a una sombra que no es mía. Lo que hay que ver allí da asco. Y huele a miseria política hermética. No me defino, ni lo haré nunca.

Mis amigas extremeñas me quieren mucho. Unas dan clases en la Universidad, otras trabajan en oficios liberales, y algunas son amas de casa. Lectoras enormes, pero de lo que les convienen, exclusivamente. Mis amigas extremeñas como viven en una comunidad autónoma pequeña y pobre, se han acostumbrado a negociar la verdad con metáforas. Los recursos estilísticos los modifican a su antojo, pero da resultado.

Hoy me han regalado dos novelas. El cuento número trece y Una estatua en busca de un parque (o algo así). Dos libros enormes que servirán para quitar la cojera a la mesa de plástico verde del jardín (hay desnivel en el terreno). Si te acercas al final de la parcela, el suelo se deja caer hacia la izquierda. En cambio, si acudes a la piscina, todo tiende a la derecha. Justo en el centro, donde está plantado el madroño, habita la verdad.

Debemos intentar que nos dé un poco el aire. La mejor hora es la última de la tarde, cuando sopla esa brisa que se lleva a la izquierda hacia la carretera. Sobre la media noche la derecha acaba en el contenedor de la basura. Mis amigas extremeñas me han invitado a almorzar un día de estos, pero les he pedido que vengan a Sevilla.

He solicitado consejo a unos poetas sobre un libro. Coincidimos en la opinión general. También en la particular. El libro es mucho mejor que algunos de los publicados en Siltolá. Es un poeta inédito. Tiene oficio. Pero veamos, hay que matizar. Oficio en este país tiene el más pintado que no sale de su entorno (o de su armario), y su poesía acapara la dicha del desajuste.

Hay que cerrar un ciclo. Acudo al súper de Aznalcóllar para comprar provisiones. Hay que encerrarse una temporadita a esperar que pase el huracán. Y mientras a leer a los clásicos, que ya va siendo hora. Y yo que me creía que en Extremadura se comía bien.