He dejado un cubo vacío en el porche. Por la ley de la conformidad debe llenarse. Cada uno de los animales que me acompañan tiene que aportar un poco. Ha pasado el lagarto y ha dejado un verso. El sapo de un salto ha tirado dos bellotas. Los seres han formado una cola inmensa. Están muy ordenados.
Ha llamado un editor para preguntarme si la revista literaria que mencionaba ayer era “Mercurio”. Decía que a él le había pasado lo mismo con esa publicación. Da igual que sea Mercurio, o Venus, o Júpiter. Todas son iguales. Quien presume de calidad y de premios al fomento de la lectura, acabará guardando turno junto a los animales. Es la ley de la concordia.
Las hormigas son curiosas. Van robando los restos a los que están al lado. Ellas llegan sin nada y se marchan con todo. Me recuerdan a alguien.
Me han regalado una edición francesa de Mardi, de Melville. Creo que es el reflejo de la grandeza literaria de Herman. Es un libro filosófico de ficción, pero contiene la profundidad y la exquisitez del ser humano. Es un libro de la existencia.
Mientras leo Mardi, recuerdo otras de sus obras poco conocidas en España: Typee u Omoo. Comienzo de la transformación y madurez desde el inicio.
El rabilargo más comilón se ha colocado al final de la fila. Espera que alguien venga para no ser el último. Cuando ha pasado un rato y han llegado más seres, se ha creado un hueco. Es un espacio grande. No quieren estar cerca del rabilargo desordenado. Es la ley de la abertura.
Debo poner más cubos. Se llenan, se completan. Las palabras se escapan por los bordes. Los escritos de ayer ya son antiguos. Lo nuevo es lo que aún no se ha creado. Es la ley del olvido.