lunes, 19 de septiembre de 2011

53 (Cincuenta y tres)



Debo pasar por Londres. Más que un error es una oportunidad para salir de casa. Me invitan a la presentación de un libro y a la grabación del disco de una princesa. Hoy, concretamente hoy, que he hablado del futuro, del presente y del pasado. He afinado la Custom por si acaso.

El pasado está claro, el presente se huele, el futuro es eterno mientras dura. Cuando lloran los niños debes encender una vela. Una vela morada que huela a terciopelo. Así descansarán en las noches de diciembre.

Me han llamado dos pájaros para charlar un rato. Uno pretendía manifestar el cambio que la poesía de Diego Doncel ha tenido en los últimos libros. El otro era un acercamiento a Álvaro Valverde y sus teorías. Me encuentro más cerca del segundo que del primero.

Por ejemplo, JRJ defendía que las clases populares se acercaran a la poesía. En cambio odiaba el populismo barato. Es la ley de la concienciación. La mediocridad abunda y aunque canten los pájaros, lo eterno se distingue. En eso estoy de acuerdo con Valverde.

Permanecer en silencio y aceptar las contraindicaciones provoca despilfarro de versos. Necesito pasear por Kensington Park al mediodía. Allí todos los pájaros hablan inglés. Hay un loro y un periquito que traducen a los idiomas hembra. En invierno un gran muñeco de nieve artificial te da la bienvenida desde la entrada sur al parque.

He paseado por Torre, por Lira, por Pasión. Sigo bailando. Esta vez dentro de una piscina que va teniendo el agua un poco más fría. Keith Stanley-Mallett dice que dormir no es más que una muerte profunda. Y cuando lee en inglés hasta el loro es incapaz de traducir sus versos.

Quisiera ser un río para subir los bordes de las precipitaciones, y en momentos de gloria, bajar hasta donde el calor huele a ceniza. Para ser, para estar, hay que bajar. Hay que estar en lo hondo. Escarbar una tierra húmeda o seca, y escuchar a los pájaros en los días de marzo.

Creo que en Zaragoza no tendré tiempo ni para saludar a los amigos. Buscaré los matices en el viaje. Antes queda Moguer. Platero mirará con los ojos de hierro. Escucharán sus orejas los versos de Mafalda por Kensington Park. Volveré a la azotea donde escribes poemas, o mejor se imaginan. No es invierno.

He descuidado el acto y un pájaro se ha marchado. El sapo estaba escondido en las tablas que Abel se ha llevado a su casa. De un salto impresionante, como esos poetas mediocres, ha desaparecido. Llamo a Jamie y pido cena para dos en Fifteen. Almorzaré en Orrery, donde el frío contamina las verduras y los postres. Una vez un taxista se peleó conmigo. Le dije al 55 de Marylebone High Street, pero olvidé el High. La bronca fue menuda. Dejé diez libras de propina.

Mafalda y Betty Boop comenzaron en Orrery. Debo pasear por Londres. Snoopy requiere esa indeterminación que secuestran tus ojos. ¿Dónde está la princesa? Por favor, ¿alguien ha visto a una princesa? Jorge ríe. Abel sigue en la piscina. Valverde escribe con sentido.

Solicito una carta en inglés, tengo al loro en el hombro y él traduce. Esto de la poesía me acojona. Dicen que la cocina aragonesa tiene arte, en Moguer sus pasteles y el vino de naranja. Escribir poesía es una gran putada, lo repito hoy que no es junio.