miércoles, 21 de septiembre de 2011

En Moguer hay una azotea donde escribes poemas o mejor se imaginan





A este lado de la vida no hay nada. Lo he dicho muchas veces. Me casaron con tres años y eso es algo que ha marcado siempre. Saltar sobre la cama de JRJ y acariciar a Platero también. La azotea de los años ochenta, los primeros poemas incipientes y las imágenes de José Antonio en el pasillo de mi casa de Moguer. Todos son símbolos, experiencias inolvidables que no quisiera recordar, pero no puedo.

Esta noche en Moguer, en el patio de la Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón Jiménez, se presenta Una aproximación al desconcierto. Agradezco a Antonio Ramírez Almanza su generosidad y a Diego Ropero-Regidor y Rocío Fernández Berrocal, el acompañamiento.

A este lado de la vida hay situaciones que dejaron impronta. Una voz muy paciente nos distingue de otros. Hace ya algunos meses, esperando que este día se cumpliera, escribí un poema que leeré mañana.

1967. La Boda


He perdido el anillo.
El aro de metal,
la joya de la vida.

Lo he perdido en el parque,
en el centro del parque,
y no lo encuentra nadie.

Tengo a todos los pájaros buscándome el adorno.
Algunos ya de vuelta me dicen que se marchan.
Junto a la fuente mágica que chorrea palabras,
una estrella refleja lo justo y necesario.

No aparece el anillo.
Debo vivir sin él.
He lavado las manos,
he sacudido el agua en las plumas de aves
que nunca me abandonan.

Quiero ser como todos
y no tengo la fórmula.
En la azotea las sombras
reclaman el secreto.

Los ángeles en casa encontraron la luz.


Hay un pájaro blanco que ha pedido una escusa. Quiere encender la vela en el centro del parque. En Moguer los amigos viven en la azotea. Platero tiene hambre. Mañana veré la luz y tocaré el enorme azulejo que hay detrás de la mesa.