viernes, 23 de septiembre de 2011

57 (Cincuenta y siete)



Hay que llenar el cubo de los sentidos. Todos los animales se han cansado. Enciendo la puerta y cierro la luz. Apago la vida y abro el corazón. Molesto estoy de hacer siempre lo mismo. Dice JLGM que la poesía es el lenguaje de la inteligencia, conseguir lo más con lo menos, con los mínimos elementos lingüísticos la máxima capacidad de expresión.

Hay que estar alerta, el poema nace en la cabeza y se crea en el cuaderno. Ha venido un burrito a casa. Ha entrado por la puerta del garaje que dejé abierta anoche. Llegué tarde y olvidé cerrarla. La rutina se convierte en presencia, el burro bebe agua del pilón y le riño. Arrojé mucho cloro para evitar que se acercaran los animales. Lo tenían todo asqueroso y, entre las bellotas que siguen cayendo y los excrementos, la nada parece algo.

Dije ayer que TRR y JMJ son los poetas más prometedores de la nueva generación. Y entiendo por poeta al pensador y al lector. A la persona inteligente, a aquella que es capaz de conseguir lo más con lo máximo (nunca con lo mínimo). Con grandes elementos lingüísticos y gran capacidad intelectual, han llegado al futuro. En ellos el presente no es incierto.

Se podrá estar de acuerdo o no, pero lo que leo cada día me convence. Y hay una cosa que se asoma por encima de todas: sus lecturas. La cultura que poseen es casi inabarcable para un necio.

El mundo está cargado de sombras y de luces. Buscas las segundas para abandonar las primeras. La única fórmula para facilitar el acercamiento es la lectura. Leer. Leer con admiración, amor y desconcierto.

Cansado estoy de tener que buscar lo que no existe y de pronto aparece delante de tus ojos. Es la felicidad, la maravilla.

Pregunta don Nicanor por el día de ayer. Tiene aprecio por JRJ, le respeta. Le he leído unos párrafos de Diego. Leyó dos poemas y no dijo nada. ¿Los autores son…? Debo confesar que estaba confundido. No sé si vivo en Siltolá o en El Tabo.

El cubo se va llenando de razón, de entendimiento, de aptitud. La poesía es arrojar una moneda al aire y esperar la cara o la cruz, y siempre cae de canto. Cierro el cubo con su tapadera roja para que no se escapen los elementos. En la buena poesía nunca sale cruz, ni cara. Es lo fácil. Fácil.

¿Vas a ayudarme a mover este recipiente? Piensa que pesa mucho. Está cargado de presencias, de actos, de concentraciones. Antes, por favor, enciende la puerta y abre la luz. El burro te mira de reojo. Sus orejas son dispositivos emisores de alertas. Y un verso sonoro rodea la cabeza. ¡Qué maravilla!