Hay días que superas los obstáculos con la propia presencia de los actos. Un impedimento es un verso que no deja escribirse, es la dificultad, el inconveniente de ser composición o palabra.
Hablo con sombras, con seres que una vez existieron y ahora se presentan como puro recuerdo. Todos han sido, alguna vez fueron esencia y materia. Ahora son lo preciso y lo invariable.
Me han dicho que me han visto hablar solo, recitar a los pájaros o a los insectos. Es cierto. Pero también estaban ellos. Yo los veía. Respondían, criticaban, corregían. Nunca invento a las sombras. Ellas ocupan espacio, su solidez se refleja en la condición de inseparables. Si les haces fotos aparecen, si les das un cuaderno escriben, si les pones la copa beben. Son personales, uniformes y disponen de composición y de palabra.
He caído profundo bajo la última línea del sistema de signos. Las conversaciones son espontáneas y ricas en fundamento. Ahora no deseo buscar otro mundo, en este tengo de todo. Me sigues faltando pero te suplo con un espectro que tiene tu figura y tu voz. Los ojos son diferentes, pero sirven de guía. Es el misterio.
Un día, cuando los pájaros cantaban encima de la encina, descubrí el camino, un único camino, el camino que busqué hace tantos años. Justo delante de su inicio hay un laberinto gigante. Es tan alto, que los animales entran y salen por arriba. Tomo libros y los voy dejando a mi paso. Si me pierdo puedo volver. En varias ocasiones se acabaron los libros, pero pude acudir a recoger más de la mesa del porche.
Dentro del laberinto no hay espacio ni tiempo. La luz es una imagen que está firmada por todos los que han intentado cruzarlo y no lo han conseguido.
El día que logré traspasar el laberinto la claridad visionó un camino de rocas. Allí estaban los pájaros y tú sobre la hierba. La luz era el conocimiento. Alumbraba lo oculto, abría lo evidente.
Si ahora estás en la luz debes hacerme un guiño. Aunque no son tus ojos la noche hace que se arruguen las palabras.