Un grillo salta junto a mis pies. Está desequilibrado. Hay personas faltas de sensatez y de cordura que, como los grillos, confunden la esencia con la paciencia. A esos seres se les suele denominar no personas. Están ausentes, viven en un mundo fabricado a medida para ellos. Todo lo que se aparte y se convenga, manifiesta los errores.
Tres amigos se juntan en la barra de un bar de Triana para hablar de poesía. Los tres tienen barbas. Los tres aman el arte. Los tres confunden a los viandantes. En un momento de la conversación el más sabio, de mayor edad, improvisa unos versos de Carilda Oliver Labra (Matanzas, Cuba, 1924):
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
Prosiguen las cervezas, las anécdotas, aparecen inquilinos que se suman por momentos a las palabras. Un famoso doctor, amante de las anchoas de dos dedos de gordas, apura sus segundos anteriores a una intervención quirúrgica. No hay grillos en la costa. Hay viandas, vino y versos de poetas.
Una sombra aparece de pronto. Es el cierre del establecimiento que ha echado su mitad para evitar manifestaciones. Calidad y un ritmo equilibrado. Si pedías a las dos, te servían a las tres, pero lo hacían, con gracia, arte y salero. No hay en Londres lugares como este. Faltaban aceitunas. El fruto de la vida. Lo demás llegó tarde pero justo.
Tres amigos que tocan unos libros con la mano. No quiero pisar al grillo aunque lo está poniendo muy difícil. Ni un libro se mancha, ni siquiera una hoja. Se mojaba el pan en el aceite y acariciaban los versos con los ojos. Es el amor a la virtud.
Es extraño que en estos días tan felices y ciertos aparezcan los grillos. Ha sido volver a casa y se han puesto a saltar delante de mi cuerpo. He corrido hacia dentro y he tomado a Catulo. Vuelvo a los grillos:
Invítame a tu casa por la siesta
y hazme este otro favor, si es que me invitas:
que nadie eche el cerrojo de la puerta
y ten tú la bondad de no salir.