Si me miras los ojos, me comprendes. Si agachas la cabeza, me emocionas. No mirar a la cara no es engaño. Es pensar lo que digo y asimilar la vida. La verdad es que me quieres, y me escuchas aunque no me veas.
Esta pasada noche las ranas y los sapos han interpretado el concierto de su vida. Pasaban las horas, los minutos, los segundos y el silencio era un símbolo ausente. Una triste imaginación. La tortuga hacía de director de orquesta sobre la piedra de rocalla. Eso es valor, fuerza, amor musical. En un momento estuve a punto de levantarme y decirles: “Anda, cantad la de pasión, que la estuve bailando ayer”.
Se ha cruzado el último libro de Patricio con un pájaro valiente mientras almorzaba. Leía la defensa de Borges y la crítica a Sábato, y el pobre pajarillo daba saltos hacia el pan en la mesa del porche. He tomado un trozo muy pequeño y lo he arrojado hacia el otro extremo. Lo ha cogido con el pico. Ha permanecido en la mesa. He tomado otras pequeñas bolitas de pan y ha hecho lo mismo.
Estaba más pendiente del ave que del libro. De fondo el lagarto amarillo cantándome hasta el mediodía. Cuando he tomado un trozo mayor han venido otros tres gorriones. Sobre la mesa parecían una orquesta de cámara.
La manía que tenemos los hombres de criticar la osadía, la fuerza, la valentía. La verdad en definitiva. No se perdona la grandeza, la belleza. Nos conformamos con poco. Se hace crítica literaria por peloteo, y se defienden libros indefendibles no vaya a ser que piensen que somos pajaritos.
Y si en juego está una publicación próxima escudriñamos fragmentos musicales hasta convertirnos en ranas o sapos. El editor es la tortuga. Sin derecho a tanteo.
Se ha levantado esta tarde una brisa suave. Los gorriones han llenado la barriga. Las ranas descansan. Han colgado un cartel en el porche. Esta noche interpretan a Wagner. Debo dormir algo de siesta que después descansaré poco.
El color de mi cielo me apasiona. Es un celeste amor sin camuflajes. Voy a pedir cena para dos. Hoy como con el pájaro.