He aprendido a observar aquello que no se puede ver. Lo oculto y peligroso. Hay un ángel rondando recuerdos. En las fotos aparecen los extraños destellos, como esa inmensidad. Ha venido a la memoria aquella foto de Pepe Cala a principios de los años noventa. El reloj rojo y verde parecía un raro objeto. La singularidad es el precipicio de lo efímero.
No dejo de tocar las fotos, como tocaba los cuadernos de poemas hace años, cuando disponíamos de tiempo para pasar las tardes en las cafeterías. Rodeados de conocidos hablábamos y hablábamos. Ahora todo es distinto y diferente. Los emails, el teléfono, los libros dedicados. Antes había poesía, ahora hay fotos de muertos. Hablar hasta cansarse de ser y de vivir, escuchar, opinar, oír, mirar, ver. ¡Qué poco se fomenta la verdad frente el vicio!
Paso mi mano sobre la figura que aparece en la foto. Soy yo. Cuando busco otro mundo acabo siempre igual, en casa con el libro de Novalis. El de Rilke lo dejo para luego. Tal vez en una foto que no reconocería nunca. En México las luces parecen demonios del instante. Los que hablan bajito y reprochan el defecto moral de las acciones.
Vuelvo a casa. No duermo en el avión. Agarro el sobre marrón y lo aprieto en el pecho. Los que están conmigo, ¿quiénes son? Dos mujeres y un hombre. No se aprecian los rostros con mucha nitidez.
La buganvilla roja y el jazmín han crecido con un poco de agua. El sol ha hecho el resto. La ausencia de morir se contamina.
Necesito hablar y solo está la araña que baja la cortina derrapando. Le acerco el cigarrillo y sube para arriba, hasta el riel. Hoy muevo la cabeza más que nunca. Busco la retilencia en los matices.
Oscuro, dudoso, turbado, temeroso, revuelto, desconcertado. Confuso al fin y al cabo.