Con motivo de las últimas pruebas de Faltan palabras en el diccionario he tenido la ocasión de revisar en profundidad los poemas. Mientras las hormigas pasean por mis pies y una araña sonriente me saluda, he dedicado muchas horas del día a releer los versos. Tengo miedo. El pasado es presente y el futuro desvela.
El círculo cerrado se consolida, no salgo de ahí. Se han repetido versos, imágenes, los matices parece que vienen a nosotros sin esconder la nada. Apenas hay tres saltos verticales y una horizontalidad que asusta.
Lucho con opiniones. Las hay de todo tipo. Mientras TRR sostiene que La muerte oculta destaca por encima de todos los poemarios, otros amigos hablan de ese violín que siempre está mojado.
Si tengo que elegir me quedo con Motivos. ¡Todo era tan claro y limpio! Ocurría que entonces las ideas no sabían expresarse de la misma manera. Los desvíos superaban las contraindicaciones. Y en la silla, sentado, la vida se veía de forma diferente.
Solo hay buena poesía si existen los matices. Cuando quieres dar cuenta de tus versos aparece ese ángel, negro siempre, que destruye y abruma aquellos pensamientos. Por tirar he tirado la mitad de mi vida, de poemas ni hablamos. En cambio, salvo aquellos poemarios que vendí, para poder fumar, en librerías de viejos, conservo buena parte de todas las ediciones dedicadas. Y he leído bastante.
Sin la lectura sería incapaz de escribir un verso. Sin la lectura sería incapaz de mirar a la cara a un solo poeta. Sin la lectura sería una araña, o una hormiga, o tal vez un gusano que arrastra su cuerpo por la tierra. Y en el fondo, suerte tiene el gusano de poder tocar tierra en vida.
Estoy en la azotea. Hace ya treinta años que estuve en la azotea. Diego Ropero, Juan Cobos Wilkins, las estrellas, el cielo, las luces de la calle y las sombras que pasan. La azotea fue un mito, como el ángel, el bosque o el gusano que arrastra toda su indumentaria por el suelo.
Ese día hacía frío. Hace ya treinta años. Versos, palabras, risas y un mosquito alcahueta que no paraba entonces de rondar las orejas. Una azotea perdida donde escribía poemas o mejor se imaginan. Treinta años de versos.
Faltan palabras en el diccionario (Poemas escogidos 1983-2011), Libros del Aire, Madrid, 2011.
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