lunes, 18 de julio de 2011

Sesenta y siete



Los desvíos son provocados por los instintos humanos que engañan a los versos. El poeta debe apartar de su poesía todos los instintos, así desaparecerán los desvíos.

He tomado como papelera un cesto de mimbre que las mujeres utilizan de bolso y puedo arrojar en él todos los desechos de la vida. Sigo mirando las estrellas en diciembre. Duermo con frío, miro la nieve, esta vida me acojona.

Ruego me digan la verdad, no me sirven los actos ni las incógnitas. No deseo las ideologías. En Londres la nieve siempre es fría. La noche es como antes de ser nosotros: hombres sin tiempo y sin amor.

Los poetas son clientes de la nada, y deben pagar el precio de la esperanza.

Me tientan los desvíos e intento evitarlos, me quedo con los matices. Me siento a contemplar la naturaleza: los pájaros, los árboles, el agua, las nubes… Todo acompaña. Hasta las sombras aportan su grano de belleza. En la naturaleza tenemos la fuerza y el color del mediodía. La vida es naturaleza.

El poeta pasa toda la vida luchando con los desvíos e intentando encontrar sus propios matices que promulgan el tono, su tono.

Mi madre sigue llorando, no puedo querer a nadie que me quiera porque yo no me quiero.