lunes, 4 de julio de 2011

Ochenta y cinco



Las chumberas tienen muchas telarañas. Es cosa del tiempo. Una lluvia fina y certera vendría bien ahora. Es cosa de tiempo. Tumbado en la hierba observo una araña paseando hacia su casa. Dicen que trae suerte mirarlas. Una hormiga rapidísima ha subido a mi cuerpo en un instante. Salgo tras ella pero queda atrapada en la telaraña. Ha sido pasto de su prisa.

Hace mucho tiempo, en 1993, decidí esconderme. Los motivos sobrados. Me aparté poco a poco del ruido del mundo. Estremecido por el inicio del desconcierto y el desconocimiento de otros tantos. Era cosa de tiempo.

Ahora soy mucho más fuerte. Soporto el calor con rigor y dicha. Vivo con los insectos y hasta les recito poemas. Descubro, no obstante, dos aspectos que persisten: el desencanto y la alegría.

Desencanto porque están los mismos, más viejos y más gordos, con las mismas pamplinas, idénticos poemas y menos diez de inteligencia. Y alegría porque lo supero. Si antes me afectaba todo, ahora les ocurre a ellos.

Río dos veces antes de llamar. Si tengo que escribir un mail respiro con los ojos cerrados. Y las citas en persona las realizo después de una ducha fría.

Antes tenía hambre, miedo. Los poetas me daban sueño. Ahora tomo mucho zumo de limón, calabacines y remolacha. Si entonces era cortés, ahora soy valiente. Me encantan las recomendaciones. Los que vienen de parte de tal con un abrazo los meto en la ducha conmigo.

Dejo la imperfección en la piscina, y odio el mal gusto: en el hablar, en el vestir, en el comer, en el ser. Huelo a las arañas de casa por si están bien aseadas. Cuando hay un conflicto con algún poeta que deseo publicar llamo a su editor primero, y le pido permiso. Caballero de insectos. Ninguna cucaracha me ha llamado nunca, y si lo ha hecho seguro que dispone de número desconocido, y a esos no respondo.

Un poeta enviaba el otro día un email masivo para recuperar los teléfonos de su agenda. Había perdido el móvil. Como mosquitos en verano uno tras otro fueron respondiendo otorgándoles sus números. ¡Qué suerte tendría en no hablar con nadie! Desde luego se centraría más en su poesía, en su vida, en sus lecturas. Pero, es cosa de tiempo.

Creía que Pepe Cala era el último bohemio, pero hay otro, más interesante, Manuel Lucas. Era cosa de tiempo. Lo perdido aparece, con telarañas, roto y cansado.

Perdí la vida una noche de diciembre. Escuchaba a Delibes. La flor que hacía de tenor se olvidó de la música y recitó un poema de Claudio. Cuando finalizó el último verso se paró el disco. Sobre las manos tenía el teléfono pero no llamó nadie. Se apagó la flor en la tela de araña. Siempre nos queda Claudio.