miércoles, 13 de julio de 2011

Setenta y nueve



Los pájaros me acercan a la infancia. Los restos de sus cuerpos en el césped se observan desde lejos. Hay dos tórtolas turcas jugando con sus alas. Recojo hoy las partes que quedan de ese todo y acaricio las plumas con los dedos, de manera suave. Al cerrar los ojos retrocedo unos años.

Tantos matices, tantos desvíos. Una forma de ser sin ser yo mismo. Ahora veo a mi abuela, mi padre está con ella riñendo como siempre. La vida es un portal donde todos los seres disponen de sus dobles, son seres semejantes, idénticos en forma. Un mismo rostro apenas parecido, una expresión exactamente igual, un físico correspondiente. En la lejana sombra hay hombres que se cruzan.

Me ha ocurrido tres veces. La primera montado en autobús donde vi a mi tía. Ella había fallecido unos diez años antes. Me acerqué para hablar y era el tono de voz que apenas recordaba. Pensé que iba a decir, que tenía que decir, que me enseñaba, pero fueron palabras muy discretas, ella no era mi tía aunque fuera la misma.

Desde entonces busqué por todas partes el yo que me faltaba, la persona que siendo igual que uno fuera tan diferente. He recibido pistas de países, de amigos, a veces son las sombras las que hacen compañía.

He viajado, he llegado a encontrar algunos restos, pero nunca conseguí ver al ser semejante.

La segunda persona que confundió la esencia fue una joven mujer que conocí hace años. Sabía por los amigos que vivía muy lejos. Y allá donde España choca con África la encontré de asistente en una conferencia. Movía igual sus labios, tenía el tono de voz como lo recordaba. Confuso laberinto de seres y personas que ahogan mi cabeza.

Al final de mi triste exposición de motivos se acercó para hablarme. Conversé unos minutos con ella. Con alguien que hace años intenté conjugar algunos verbos. Los gerundios eran siempre pretérito pluscuamperfecto. Descubrí de esas tristes palabras que nada tenían ver con mi recuerdo. Era una sombra digna, idéntica pero imperfecta.

La tercera impresión ocurrió en casa. No es que fuera confuso laberinto pero lo parecía. Mi padre se acercó una noche de enero a conversar conmigo. Al amanecer preparó un desayuno abundante. Falleció hace años. Pude tocarle, hablarle, sentirle, hasta le recité tres poemas. Unos días más tarde lo monté en el barco y le di un paseo por la ría de Isla Cristina. Regresé a puerto solo. Con las luces de estribor y de babor haciendo señales.

He puesto un anuncio en la prensa del mundo, se alimenta de una foto. Busco el doble, la otra persona idéntica y semejante. Paseo a estas horas por el campo. Rafael A. T. está nervioso, debe andar. Eloy S. R. corrige unas palabras. Todo queda perfecto, es nuestra imperfección. Confuso laberinto de verdad sobre el río. Tantos matices y tantos desvíos nos alejan, libre de la tormenta.