martes, 21 de febrero de 2012


AUNQUE hay personas que manifiestan su cariño no soy feliz con nada. Entiendo los sentidos de la vida por momentos pero nadie me absorbe, nada me entretiene. Siento pena de la lingüística, de la semántica y de la morfología.

Me gusta tumbarme en las piedras, en la hierba. Te miro hasta el mediodía. Solo hasta el mediodía. A partir de ese tiempo –ya es tarde- nada te pertenece.

Se rinden mis palabras. ¿Se rinden mis palabras? Es un eco que suena adormecido. ¿Alguien entiende? Me suena grande. ¿Suena grande? Hoy empieza algo verdadero. Pero ahora todo es distinto, las sombras permanecen, la luz –por más que intente demostrar que la armonía existe- se esconde. Cuesta trabajo comprender, asimilar, descubrir. Quevedo, Góngora, Juan Ramón. Hay poemas que no se acaban nunca.

Vuelvo a poner derechos los cuadros de la pared. Todos están inclinados. Salgo al campo y busco a los animales, las plantas, los árboles, las nubes. Todos se han escondido. Tienen miedo. Se ahogó la comadreja con el agua. Las encinas dejaron sus bellotas en el suelo. Las flores se han marchitado. Los pájaros cantan brevemente. El invierno es la infelicidad.

Cada paso que doy lo sigue el eco. Cada mirada al horizonte la borra el eco. Atrapo la cabeza con las manos para sentir el silencio que las voces de esas personas que manifiestan su cariño otorgan. Pero nada es igual y tú lo sabes.

Un golpe de tos, un grito, el más mínimo ruido. La lingüística, la semántica y la morfología. Todo sobra. La soledad es silencio, es oscuridad, es mediodía.

Las autoridades poéticas advierten que escribir mata.