NO puedo dar muchas referencias, no las merecen. Y
aquellos que en el fondo las necesitan las reciben de viva voz. ¿Lo entiendes?
Nunca es suficiente, al igual que nunca es tarde, ni hace frío, ni siquiera
paseo por la azotea enseñando los anillos como igualaba la hora del reloj de la
Primera Comunión.
El sábado cerré los ojos. Un escalofrío estremeció mi
cuerpo. Mozart y Salieri se besaban a escondidas tras la tapia de la casa de Pushkin.
La calamita dei cuori. Es la consolazione, caro amico.
Observé el túnel con la luz (no estaba Sabato),
recordé la infancia dolorida, los rostros de las personas queridas aún más
ancianos y, en vez de nubes, en el cielo había libros. Muchos libros. Libros por
todas partes.
Dice la perdición que el alma es infinita, aunque
también opina que la muerte acompaña los sábados a mediodía. Dice la realidad
que la palabra es perdición y el humo del tabaco, ese que menosprecio, en el
cielo sostiene cada sílaba. Mientras mis hijos intentaban reanimar el cadáver
de su padre y las sombras de los ángeles negros convencían con susurros, nos
vino el mismo tono, el ritmo, el desconcierto.
Compré la libertad sin crédito, la vida sin
sentimientos, pregunté por Loreto, por la tía Juana y por el hijoputa de mi padre.