domingo, 5 de febrero de 2012


EN la cuna nuestros padres besaban la cabeza de niño. En la sepultura los hijos besan la frente de sus padres. Es un momento mágico, la palabra se abstiene de convencer a nadie y la presencia es sombra, vaga por las estancias, hueles a un humo extraño y sin correspondencia.

Vuelvo a llamarla hoy. Lo hago todos los días. No hay respuesta, no obstante en un intento he sentido un calambre. Es la transformación. Me miro en el espejo y observo el pelo blanco, la barba color nieve y unos ojos rojizos que tiemblan sin contracción.

Después de mil intentos, de horas, de mangueras, de trampas y alimentos, ha brotado del hueco el animal extraño. Era una comadreja. He mirado sus ojos y ha salido corriendo a los troncos de leña. Retiré los que pude pero estaba escondida.

Aunque intenten argumentar falsedad en sus escritos hay autores que no pueden transformarse. El vanidoso siempre será vanidoso. El rojo será rojo y el azul amarillo. Justificas tus actos con una mentira a veces escabrosa y en otras ocasiones premeditada.

No quiero a los amigos, no quiero a las personas, la cortesía es falsa como el beso en la frente que recibía de niño, en la cuna de hierro.

He retirado los anillos de los dedos y los he puesto en una lata antigua, junto al aprendizaje. Deseo dar una orden para derribar la azotea. Es la demolición.

Mientras paseaba por el porche y hablaba con don Nicanor a deshora, la comadreja ha salido del leñero. Apoyada en sus patas ha erguido el cuerpo y ha frotado las manos. Se ha quedado mirando. 

Le estaba describiendo a Parra aquella imagen cuando ha dicho el poeta:

                                            Las cartas por jugar
                                            son solamente dos:
                                            el presente y el día de mañana.