lunes, 27 de febrero de 2012


HE robado naranjas. Me alejaba de toda referencia y apareció un árbol. Estaba repleto, hasta las ramas vencían su propia mediocridad. Lo ajeno nunca puede tomarse para sí, tampoco la fuerza, la emoción. Las referencias engañan, condicionan. ¿Has probado a apartarlas de tu vida? Sin ellas no existimos pero la pureza del lenguaje, la razón de la palabra siempre viaja desnuda. Somos naturaleza. Esencia, calidad, fuerza, origen. Somos el privilegio. El principio debe resultar puro, libre, exento, correcto, exacto.

Si consigues robar una naranja sin ser observado habrás conseguido un matiz. Si lo dices, lo plasmas y hasta lo resucitas tendrás un desvío. Lo extraño y lo vicioso.

La razón de la palabra es pura, natural, como lo es la referencia que no debes tomar. Ni siquiera engañado por los desvíos faltos de rectitud.

La palabra no necesita engendros, desea insatisfacciones. Toda referencia conduce a la mentira. Es una negación de la propia palabra. Vuelve la condición, la ley de la superposición mutua. ¿Es tuyo o es ajeno? ¿Seguro?

He tomado una a una todas las naranjas y las he arrojado al centro del bosque. El ruido que emitían mientras las lanzaba era el mismo sonido que reportan los libros que arden. La rabia no era rubor, era un castigo, la sanción que se impone al poeta que adopta referencias en exceso.

Pero robé naranjas. No una, fueron varias. El exceso se sale de las reglas. Debemos abandonar las referencias, las citas, los catálogos, las enumeraciones. Lo ajeno no es nuestro, nunca será impuesto. Son naranjas amargas.