VUELVO para hablar con la nube. Esa que tiene forma de poema. Viene con la tía Juana. Recojo los restos de leña que quedan para pasar el invierno y respondo un mensaje de Jorge que me invita mañana a un acto impuro. Tengo miedo a la muerte y ya estoy muerto.
A lo lejos escucho tu respiración. He tomado un cuaderno marrón nuevo. Lo he cogido, observado, hasta he olido sus páginas. Está vacío. Todo el tiempo se marchó una tarde de invierno y ahora es tarde.
Preparo unas palabras para el día de Madrid. He invitado tan solo a los cercanos. Todo transcurre dentro de la más absoluta indisciplina. Pasan las horas. Se hace tarde. Tengo frío pues la leña tarda en arder lo mismo que el coraje. No tengo paciencia. Abel dice que vaya y no me escapo. La poesía, como el hastío, es la conversación con una nube que se acerca. La tía Juana viene encima.
Tengo que decir algo. La palabra en la boca es igual que en el verso. Estoy ausente y no confío en lo que escribo, en lo que digo. ¿Qué querrá la nube? ¿Por qué ha venido? La nube es un misterio como fueron los anillos.
Miro mis manos –he comenzado a hablar con la nube- manchadas de leña y de hielo. El agua es la poesía congelada. Dice la nube que viene cargada, repleta. No confía en nadie, ni en su carga. Lo que escribes, lo que dices, lo que hablas, deben pasar el filtro de la mediocridad. Hay quien pide poemas y otros que los suplican. No tengo nada. Nada me convence.
MCR me pregunta, a lo lejos, la razón por la cual el cuaderno es marrón. Y le respondo con el título de un libro de Víctor Botas: Historia antigua.
Ha sonado el teléfono. Pido disculpas a la nube. No es llamada de Chile. Lo hace la tía Juana. Dice que se ha quedado en la azotea.