TENGO un habitante en casa. En el árbol de dios ha excavado boquetes junto al tronco. Levanta la tierra, expulsa las hojas secas y hace montañas por todas partes. Ya he probado con varios métodos experimentales. Incluí en cada orificio veneno para roedores, esas pastillas verdes que matan a los topos. También tomé la manguera a presión e inundé las galerías del alma. No he tenido fortuna. Hoy pongo la tierra en su sitio y mañana aparecen los montones.
Tomo a Dante y, sin hacer ruido, observo al animal que no se presenta. He imaginado múltiples posibilidades, consulté al jardinero que argumentó sus teorías y puse piedras blancas para impedir el paso hasta el centro.
Cada vez que consulto a Platón sobre el origen crea un diálogo, pero nunca determina. Es la respiración. Preguntar una y mil veces si el marrón de la tierra es igual que el de las hojas secas. Imagino todo lo que guardo dentro y preparo mi marcha hacia el infierno. Me espera Beatriz, Tintín, y los últimos amigos con los que conversé antes de la muerte de Félix.
Llamo a Jorge pero salta el contestador. Hoy no tiene concierto, habrá encontrado un plan mucho mejor que ayudarme a matar a un bicho. La soledad se siente si apareces y en la ausencia la fortuna es tenerte.
Debo preguntar a aquellos operarios que guardan dentro sus tristezas. El silencio es una viñeta de Pedro Serna repleta de matices. Me siento vacío. No me acostumbro a nada. Debo forzar ese duelo entre Dante y Platón. Un duelo sin pistolas. La pasión de la dialéctica.
Sueño contigo cada madrugada. Acaricio tu rostro y doy el último beso en la cabeza. No hay una sola silla que soporte el dolor. Paseo y paseo. Fumo y fumo. Piso firme pero con inestabilidad.
Esta noche me levanté sonámbulo. Cuando abrí los ojos estaba junto al árbol de dios de rodillas. Escarbaba la tierra. Es la respiración. A lo lejos Platón y Dante sonríen.