NO
logro atrapar con los brazos el tronco de la encina. Es la inseguridad. Busco
la razón de la palabra y me araño, vienen las hormigas, las arañas, la corteza
es un soplo de adviento que deja señales y marcas.
Quiero
asegurarme que abarco la propia seguridad. La encina, como el olivo, es la
esencia de la tierra que piso. Su fuerza está en las raíces, en la grandeza de
su tronco, en su espontaneidad.
He leído
el último libro de JCW publicado por Plaza. Me impresiona. Riotinto dejó caer
sobre sus hombros la palabra más pura, la belleza.
Llegan
también propuestas, la mayoría de seres de ultratumba, condes de la distancia.
No me agradan. Ya no respondo a nadie. A veces descuelgo el teléfono para pedir
perdón y acabo siendo un místico. Ayer, un amigo daba la enhorabuena por tener
un libro de la editorial en la final de un premio de poesía. ¿Prestigio o desprestigio?
Desprestigio le dije, para el poeta, para la editorial, para la propia
literatura. ¿Qué ha sido de ese premio? Entérense señores, la miseria como la
mansedumbre es el acto de la hipocresía.
Los
falsos se van quedando solos. ¡Qué alegría! Uno a uno difieren. Dos a dos dificultan.
No hay tres sin cuatro. Y se hace tarde. Los miserables escriben poesía. Los
verdaderos lloran con la poesía.
¿Ahora
me niegas? Cuando intento atrapar el tronco y lleno de cardenales los brazos.
Es la vida, la justificación. Es la inseguridad. ¿Tengo un libro de poesía en
un premio? ¿Estoy seguro? Que yo sepa no he mandado ninguno. Dejé las
cuartillas en el hueco del acebuche, junto a la comadreja. Putas de la poesía,
aprended. La razón de la palabra, la única, la auténtica. Es la seguridad, la
auténtica belleza. La que escriben los sabios, como ese de Riotinto.