DON Nicanor me envía, dedicado de su puño y letra, una edición de Poemas y antipoemas. “Queda pendiente la dedicatoria”, indica. Pronto estaré a su lado. Abel me regala la segunda edición de Poemas y antipoemas (Nascimento, Santiago de Chile, 1956). El libro de la primera edición de 1954 lo he comprado. No tiene precio. Magnífico estado de conservación.
De Leopardi prefiero sus verdades. Por ejemplo, sus escritos menores. Como en Hölderlin. De los escritos mayúsculos, sin dedicatorias pendientes, se aprende de la vulgaridad, del estilo desenfadado y de las costumbres para otros impropias.
La armonía está presente en las reuniones sociales, en los ecos de familia y en la propia mansedumbre. Quien hubiera mantenido relaciones extremas ajenas a su estado social, figurarán en pleno desencanto, lejos del desconcierto, de la realidad.
Platón lo dice claro: quien habitara entonces en las sombras no dispondrá de armonía ni de criterio.
Don Nicanor ha dibujado tres cruces. Las mismas que se observan en el Nascimento. Lo indecible es la falsa imagen del misterio. La auténtica razón, la diferencia. Lo que pudo haber sido, la realidad del otro. Viene la libertad con sus lamentos y lo observa todo. De Leopardi sus escritos menores. De Hölderlin su ambigüedad. Del vaso con hielo y wiskhy, el olor de las velas.
Lloro con piedad y es la cierta ignorancia, la misma realidad y diferente argumento. Dice don Nicanor que el hombre, como el sapo, salta con las mentiras. Y debe ser así. No saltar implicaría que lo falso es real y la verdad misterio.
“Queda pendiente la dedicatoria”. El hermano de España desea, ardientemente, estrechar en los brazos un aire y una lágrima. Quema la lágrima, la presencia es ausencia. Pero, no olvides, de Leopardi, los escritos menores. Los mayores dan dolor de cabeza.