viernes, 27 de abril de 2012

Un vuelo fugaz


LA carretera que lleva desde Santiago a Las Cruces no pasa por El Tabo. Es la 68. Las aves marinas no paran de rondar por encima de la cabeza. Una leve brisa de viento condiciona. Hace frío. El lupino es como la retama, pero más antiplanta.

Me siento en un viejo banco de madera y escucho. Observo los paseos. El nervio en la poesía es la chispa que dice que hemos llegado pronto. Un tango de Gardel suena de fondo. Huele a mar y a fijación. Quema la tarde.

Deseo pasear y me acompaña el maestro. Hay cámaras. Habla de las casas que están alrededor y de sus propietarios. Un familiar de Uribe sale en coche despiadado. Hace frío. El corazón se encoge.

Anochece pronto y recomienza el aire su premeditación. En la naturaleza todos somos instantes. Hasta esa gaviota que se mantiene quieta en un vuelo fugaz, el de su alimento.

Debo comer un poco y saca una botella de cabernet. El vino es alimento aunque después lo sienta y lo digiera.

Se hace tarde, debo volver a casa. Los pájaros, las plantas, las nubes y las sombras esperan mi regreso. Con la cabeza agachada he cogido un gusano de la tierra, de esa tierra seca y obsesiva. La tierra es la poesía, el gusano la esencia.

Hoy me ha dicho Mauricio Wiesenthal que he salvado su vida. Le falló la computadora que todo lo decide. Aquella que lo otorga. Y esos versos perdidos han encontrado la salvación en el misterio, lo de todos los días.  

Vivo de los maestros, a los jóvenes admiro con una condición innata, a los no poetas odio, a los versificadores les deseo la muerte.

Es la ley del desastre, lo que mantiene vivo el paseo en Barcelona. Cruzamos dos veces el puente. Un camino que no pasa por El Tabo pero lo resucita.