LA silla es el sustento de la contemplación. El cansancio de
la verdad. Todas las sillas que soportan al poeta en las lecturas suelen ser incómodas,
por aquello de la antipoesía. Pero al
final lo incómodo resulta anecdótico y lo vulgar un acierto.
Quien espera recibe, quien avanza disminuye. Solo creo en la soledad y en el silencio. Odio a los interesados, a aquellos que se creen lo que les dicen, los que confabulan y escriben para escuchar halagos. ¿Hay más afecto que el silencio?
Todo lo que deseas depende de ti mismo, nunca de los demás. ¿Esperas algo a cambio? Estás en un error. Y aquello de poeta joven que promete es una putada. Te han fastidiado para siempre, acabarás en promesa, como los plátanos.
Alguien escribe sobre Vargas Llosa sin haber leído el libro. O tal vez sin haberlo entendido, asimilado, asumido. Es la crítica en España. Una insolencia.
No dejo de pensar en Barcelona. ¿Qué ocurrió allí? No silbé, no llevaba las manos en los bolsillos –fumaba–, no miraba los escaparates –no había–. Todo es un misterio, como el mirlo que recorre ahora el césped mojado por la lluvia.
Con unas tijeras recorto la flor de la lavanda. Hago bolsitas de tela para dejarlas por toda la casa. Dicen que espantan a los insectos.
Desde el centro insoslayable siempre. En esta primavera el agua deja de salir caliente y se convierte en misterio. Sigo escribiendo a Claudio, a alguno de ellos.